martes, 28 de noviembre de 2017

NATALIA MARTÍNEZ MARÍN; VALIENTE...ORGULLO DE NUESTRA PATRIA


Natalia Martínez Marín.



Creyó que se moría. Lo pensó, lo sintió. Ya le había pasado en otras escaladas aquello de tener la muerte ahí tan cerca, pero esta vez era distinto, estaba sola. Fueron cuatro días de supervivencia al límite, de combatir contra el viento y la nieve con un cuerpo agotado, un cerebro exhausto. Tomar decisiones y esperar. Tomar decisiones y esperar. De eso se trataba. Finalmente se trepó a un helicóptero que la sacó del peligro de la montaña.
Natalia había escalado cientos de veces, muchas, sola. Pero en abril su nombre y la foto de su carpa diminuta perdida en el monte más alto de Canadá aparecieron en todos los medios nacionales. El país siguió paso a paso su angustiosa espera.
Había quedado varada en la nieve por dos terremotos y el clima furioso no permitía su rescate. Después, cuando las nubes se abrieron, pudo volver a su casa. La experiencia, afirma, no le dejó traumas. A las dos semanas la mendocina estaba trepando de nuevo.
Natalia Martínez Marín nació en San Rafael 37 años atrás. Las montañas eran como el patio de atrás de su casa. A los 15 escaló en Valle Grande y fue “uauuu, esto está buenísimo”. La semilla estaba echada. El 22 de abril de este año la encontró a 3.900 metros del Monte Logan, el pico más alto de Canadá.
Tomaba su desayuno cuando de repente la carpa comenzó a moverse de lado a lado. Pensó que se habría quebrado una placa, que vendría una avalancha. Se envolvió con su bolsa de dormir. Se tapó bien la cabeza y así, en posición fetal, esperó el golpe fatal, la muerte. Era como estar encerrada en una bolsa de consorcio, en tinieblas, con un ventilador al máximo. Cuando finalmente se apagó, llamó por su teléfono satelital a Camilo. El no lo sabía pero ella se estaba despidiendo.
A Camilo Rada lo había conocido diez años atrás, en un curso de socorrismo, en la frontera entre Argentina y Chile, donde nació él. Escalaron juntos muchas veces, cerros y montañas. Por él se fue a vivir a Canadá, a un pueblo llamado Whistler, cerca de Vancouver. Camilo quería hacer un doctorado en glaciología y a ella le pareció perfecto el lugar, estaba lleno de montañas.
Tiempo atrás, escalando juntos el Malaspina, vieron de lejos al Logan. Natalia había llevado libros, siempre lo hacía, con relatos de cerros cercanos, la ponían en situación. Una de esas historias la atrapó particularmente: era sobre un grupo de chicas que habían intentado hacer cumbre en el Logan pero no habían logrado llegar a la cima.

A Natalia le pareció que sería bonito lograrlo. Y que fuera un proyecto femenino, mujeres solas. Aplicó a un fondo del Royal Canadian Geographical Society y lo ganó. Finalmente el proyecto sería en solitario: en dos semanas trataría de hacer cumbre en el Logan, 5.950 metros.
Ya había escalado muchas montañas sola: “Me gusta. Hay un momento en el que llegás a un autoconocimiento que lo querés hacer sola. Es una experiencia que saca lo mejor de vos”. Natalia dice que en la montaña es difícil encontrar al compañero, es poner tu vida en las manos de otro.
Lo del proyecto femenino tenía su peso en un ambiente en el que predominan los varones. “Es desafiante. A los varones les gusta mostrar su fuerza. Yo no compito con ellos sino conmigo misma. Mujeres hay, más de las que se cree, pero son de bajo perfil, no se muestran tanto”.
Llegó abril. Serían dos semanas de escalada. Natalia venía muy bien con los tiempos, hasta que llegó a los 3.900 metros. Se instaló en el glaciar colgante y armó su carpa. Entonces vino el temblor. Sintió que caía con la avalancha, que no quedaba más que esperar su muerte en su posición fetal. Al rato, eterno, pasó la tormenta.
Tenía que aprovechar, irse. Pero vino un segundo temblor. Soportó. Armó rápido su mochila. Venía un frente de tormenta, las nubes avanzaban. Bajó unos 300 metros, asustada, escuchando réplicas, mareada, como borracha. Tenía mucho miedo, muchas dudas. Se instaló y llamó a Camilo para pasarle sus nuevas coordenadas. Y él le contó que habían sido terremotos, dos terremotos.Natalia Martínez Marín.
Pensó un Plan B. Si volvía el viento su carpa podía volar, se instaló entonces cerca de una grieta por si tenía que correr a buscar un resguardo. La tormenta llegó enseguida, y fue devastadora. La nieve presionaba la carpa, y Natalia salía una y otra vez a palear. La nieve podía partir las varillas y romper la tela. Pasó el día así. El segundo fue peor. El viento llegaba a los 130 kilómetros. Se puso toda la ropa que tenía más la bolsa y se paró a frenar el viento con su cuerpo. Fue una noche cruel en la que no comió ni durmió.

El viento amainó por la mañana. Llamó a Camilo. Le contó que estaba pensando hacer una cueva, que no aguantaba más. El le dijo que resistiera, que el pronóstico era bueno, que podían ir a rescatarla. Pudo prender la cocinilla y hervir sus pastas tres minutos. También tenía chocolates, cereales, y mate, “el mate, obvio”.
La visibilidad era cero, no veía más allá de su mano. No podía más que esperar y tragarse la frustración de no hacer cumbre. Todo se había movido demasiado bajo sus pies, el terreno estaba muy frágil, podía ser una gran trampa. Tampoco era seguro bajar. Tenía que esperar que la rescataran. El pronóstico volvió a anunciar tormenta. Natalia se desesperó: “No iba a aguantar, no podía más, estaba agotada mentalmente, no me daba la cabeza para tomar una decisión más”.
Un helicóptero la vio. Empezaba su rescate. Volvió a su casa con Camilo y descansó, pero no demasiado. A las dos semanas regresó al Logan para acompañar a un grupo de científicos. Y hace dos meses subió con Camilo los 2.500 metros del Campo de Hielo Norte, en la Patagonia.
¿Volverías a intentar hacer cumbre en el Logan? “Por supuesto que volvería a hacerlo. Lo que ocurrió fue un evento natural que nadie puede controlar. Es lo que me apasiona”
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Por Mariana Iglesias

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