miércoles, 11 de octubre de 2017
HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA
De los años locos a los años de locura
A comienzos del siglo XX, se vivía con euforia el inicio de los años locos. La gente se movía al frenético ritmo del fox-trot y las parejas se fundían con el voluptuoso contoneo del tango. Cuando todo parecía encaminarse hacia la ruptura de los rígidos cánones del siglo anterior, aquellos felices años locos se convirtieron en años de locura.
De pronto, llegó la noche de los fusiles. La fiesta se vería abruptamente interrumpida. El 6 de septiembre de 1930, con el golpe militar encabezado por José Félix Uriburu, en el estribo de cuyo auto iba montado el joven oficial Juan Domingo Perón, se inauguró la primera dictadura militar en la Argentina.
Uriburu tenía antecedentes: formó la facción de oficiales que en 1890 organizó la Revolución del Parque que culminó con la renuncia de Juárez Celman. En 1905, aplastó la revolución radical encabezada por Hipólito Yrigoyen que dejó dos muertos y decenas de heridos diseminados en Plaza Lavalle.
Cuatro días después de que José Félix Uriburu tomó el poder por asalto, una infame e ilegal acordada de la Corte Suprema de Justicia de la Nación avaló, por primera vez, el derrocamiento de un presidente constitucional. De inmediato se disolvió el Congreso, se declaró el estado de sitio, se intervinieron las provincias y se implantó un régimen autoritario inspirado en el naciente fascismo que comenzaba a extenderse en Europa. Acaso, una de las «instituciones» más representativas de la dictadura de Uriburu haya sido la flamante Sección Especial de la Policía Federal, cuya función más elevada era la de encarcelar y torturar a los opositores. Por otra parte, se abolió la autonomía de las universidades consagrada en la Reforma de 1918 y se impuso una férrea censura a los medios de prensa. (coincidencias con Venezuela).
Por entonces habría de consolidarse una alianza indisoluble entre la Iglesia Católica y el régimen militar. Los tímidos avances en materia de libertades alcanzados hasta entonces fueron borrados de un plumazo. El cine y los espectáculos públicos han sido, desde siempre, un fiel indicador del grado de tolerancia de una época. Desde los albores del siglo XX hasta 1930 se produjo un hecho inédito: por primera vez, no hubo censura de ningún tipo. A propósito, el célebre director de cine Mario Soffici declaró en 1975: «Yo siempre he dicho que hasta el año ’30 he conocido la verdadera libertad, la libertad de expresión que le permitía a usted en los teatros, en las revistas, en todo, hablar con entera franqueza».
Veamos las carteleras previas al golpe: había algunos títulos verdaderamente audaces. De hecho, muchas películas europeas prohibidas en sus países de origen podían verse sin problemas en las salas de Buenos Aires. Un caso curioso fue el estreno en 1928 de “Aphrodite”, una película, de Pierre Marchal, basada en la novela de Pierre Louÿs. El film se promocionó como «la obra más sensual de la literatura francesa que revive con lujo inusitado la antigua Grecia con todos sus vicios y refinamientos sexuales» y agregaba que la película «ha despertado la admiración de todo el mundo por la belleza de sus desnudos artísticos». Para agregar un poco de curiosidad morbosa, el afiche publicitario advertía: «Inconveniente para señoras y señoritas». La prevención, claro, atraía mucho más público.
La película soportó las críticas indignadas de alguna publicación que la tildó de pornográfica. Lo más curioso del caso es que, contrariamente a lo que muchos daban por sentado, Aphrodite no era una producción francesa, tal como se promocionaba, sino que detrás del pseudónimo Pierre Marchal se escondía el director argentino Luis Moglia Barth. Por esos mismos días, las marquesinas de los teatros Florida y Ba-Ta-Clán exhibían títulos tales como “La vendedora de caricias” y “Un mordisco entre las piernas”; el afiche de esta última estaba cruzado por una faja que rezaba «véala y entrará en calor».
Otro ejemplo del brutal retroceso que significó el golpe del ’30, tiene que ver con el estreno en Buenos Aires del film “La quena de la muerte”, del legendario director Nelio Cosimi en 1929.
La película planteaba un escandaloso intercambio de parejas, inédito para la época: el aristocrático matrimonio compuesto por Azucena y Raúl irá a pasar una temporada a una estancia en las sierras de Córdoba.
Allí Raúl conocerá a la india Cardo Azul. Sintiéndose atraído por su belleza, terminará abusando de ella en una toldería. Pero, por si fuese poco, Azucena seducirá a El Mestizo, un indio a cuyos pies ella caerá rendida. «Plantear una relación amorosa interracial era tabú», señala Fernando Martín Peña, fundador de la Filmoteca Buenos Aires, y agrega: «Un hombre blanco podía conquistar a una india, pero de ninguna manera una mujer blanca podía seducir a un indio». Sin embargo, la audacia de Cosimi habría de ser tan breve como la democracia avasallada.
En 1932, luego del golpe de Uriburu, el director abandonó aquel espíritu transgresor y, con la colaboración del ejército y el beneplácito de la Iglesia, filmó un panfleto, cuyo título no merece aclaración: “Dios y la patria”. Sea por acción u omisión, como refugio de resistencia o para prestarle argumentos al poder, la cultura constituye uno de los testimonios más valiosos para entender una época.
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