jueves, 9 de noviembre de 2017

GIMNASIA MENTAL...BUENA PERO ALGO MÁS



El músculo duerme, la ambición descansa, el cerebro. ¿se entrena? En los últimos años hemos asistido a una procesión de metodologías infalibles para mejorar las funciones cerebrales. Gimnasia mental, le dicen, y cualquiera lo puede hacer en su tiempo libre (lo que recuerda los cursos para ser astronautas o detectives en su casa y por correo que promocionaba la mítica revista Lúpin allá lejos y hace tiempo). Proliferan las aplicaciones, sitios web, libros, oficinas que prometen los ejercicios ideales para que las neuronas levanten pesas y se conviertan en el Mayweather de la inteligencia. Es más: supuestamente no sólo tonifican el cerebro de hoy, sino que, y quizá sobre todo, detienen o lentifican el deterioro cognitivo que viene con la edad.
Pero. no. Muchas de estas promesas no son avaladas por la evidencia científica. Hasta nos hacen recordar al famoso efecto Mozart, según el cual los niños que escuchaban repetidamente música de don Wolfgang Amadeus resultaban más inteligentes (lo que en realidad resultó es que la supuesta base científica que avalaba este maravilloso efecto no era más que un fiasco).
Recientemente, un grupo de investigadores publicó una carta abierta en la que advertía que detrás de la gran mayoría de estos programas de entrenamiento no hay ciencia, sino sólo negocios. Y son bastante lapidarios: "Hay muy poca evidencia de que los juegos mentales mejoren las habilidades cognitivas (.) y ningún estudio demuestra que puedan curar o prevenir la enfermedad de Alzheimer u otra formas de demencia". Para tamaña afirmación hay números: una revisión de 52 estudios sobre el tema (documentando la actividad de alrededor de 5000 personas-jugadores), publicada por científicos de la Universidad de Sidney, encontró que utilizar estos gimnasios mentales por cuenta nuestra no hace mucho más que, en el mejor de los casos, pasar un buen rato.
Ojo: nadie niega que después de unas cuantas sesiones de sudokus o crucigramas uno no pueda volverse un experto sudokólogo o crucigramólogo, pero eso no quiere decir que estas mejoras puedan contagiarse hacia otras tareas.


Esto no es nuevo. Hace ya algunos años hubo un pequeño terremoto neurocognitivo por un estudio liderado por Adrian Owen, entonces en la Universidad de Cambridge. Reclutó más de 11.000 personas a través de un programa de tele de la BBC, que realizaron unas seis semanas de entrenamiento mental o, como control, tenían tareas de búsqueda en Internet. Al final de este período, los entrenados rindieron mejor en sus tareas específicas, lo cual es absolutamente esperable. Pero cuando se los puso a prueba en otras tareas cognitivas, no había ninguna diferencia entre haber sido atletas mentales o buscadores seriales.
Aunque no va tan mal para quienes desarrollan estos gimnasios para la mente: es un negocio que mueve unos mil millones de dólares al año. A ver: es cierto que en el cerebro todo puede cambiar aun en la edad más avanzada. Esta propiedad de neuroplasticidad es la que permite que cambien las charlas entre neuronas, se generen nuevos caminos para distribuir señales o podamos seguir aprendiendo durante toda la vida. Pero de ahí a abrir quioscos cognitivos hay un largo trecho.
¿Y entonces? ¿No hay nada que hacer más que esperar los días en que olvidemos dónde estacionamos el auto o de quién es esa cara tan familiar? Nada de eso. Las buenas noticias vienen de varios frentes. Por un lado, la revisión sí indica una mejoría cognitiva cuando se entrena en grupo (y más aun cuando los grupos están supervisados); tantas generaciones de abuelos jugando a la canasta con amigos no podían estar equivocadas. En otras palabras: la actividad social ayuda al cerebro.
Sin embargo, lo único que está demostrado que frena un poco el deterioro cognitivo que viene con la edad es. el ejercicio físico moderado. Sí: lo mismo que nos dice el cardiólogo como bueno para el corazón nos lo debe decir el neurólogo en cuanto al cerebro. Mens sana in corpore sano, ¿se acuerdan?

D. G.

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