domingo, 5 de noviembre de 2017

LECTURA RECOMENDADA


La casa de los eucaliptus, de Luciano Lamberti
Cuando el terror inspira
Luciano Lamberti (San Francisco, Córdoba, 1978) ahonda y amplía en La casa de los eucaliptus la pertenencia de la mayoría de sus tramas al género del terror y la fantasía.


Como en sus dos libros de cuentos anteriores (El asesino de chanchos y El loro que podía adivinar el futuro), Lamberti cruza temas clásicos (la posesión, la crueldad y la violencia extremas, los "lugares" magnéticos o "portales") con un manejo a la vez directo y refinado de los detalles de la vida cotidiana popular. Una mujer, por ejemplo, habla con la voz de "Adriana Brodsky en No toca botón". La mezcla de cultura alta y baja de los kioscos de diarios y revistas, la televisión y el cine son fuentes repetidas en sus libros.
El relato que da título al libro, "La casa de los eucaliptus", es uno de los más logrados por el modo en que se evita lo obvio o repetido en favor de saltos sucesivos, más convincentes cuanto más eligen la escritura de la frase o el párrafo con una mecánica de desborde de lo real en mente sin explicarla. Otro de ellos, "Acapulco", lo protagoniza un trío de amigos que creen rastrear al demonio en una maestra. En este caso el escalón sorpresivo de caída lo constituye el fracaso (o el error). Tampoco se explica: lo transmite una cama común a la que, en el momento del deslizamiento al sueño, la metáfora convierte en un tenebroso "ser vivo que abre la boca y engulle un bocado y la vuelve a cerrar".
En "Carolina baila", una mujer se convierte en centro escalofriante y romántico a la vez. La atracción subyugante y a la vez el miedo pánico a la "histérica" son elementos fuertes del relato. En "Muñeca" se extrema el género, con el descontrol del horror sanguinario, y una voz que quiere ayudar, pero que elige la fuga. "La ventana" vuelve a visitar el sitio mágico que chupa personas, con una sólida construcción exterior de su sistema, que incluye una cuerda. "El tío Gabriel", por su parte, elige el muerto-vivo, en realidad es un muerto-muerto que, sin embargo, sigue en pie inmóvil. Tíos, padres, madres, maridos y mujeres, hermanos, primos: la familia suele ser el blanco preferido de Lamberti.
Dos cambios de registro importantes son la metáfora simbólica relatada en "El Espíritu Eterno" (con el supuesto centro subterráneo de legitimación de la política argentina) y, en particular, "Santa". Allí el cuento se convierte en una larga nota periodística, donde Lamberti viaja con nombre y apellido a una manifestación de lo sagrado, con intención informativa pero consciente de que el trabajo remueve zonas propias.
El libro funciona como una maquinaria orgánica e intensa que genera un interés a veces morboso y enfermizo de seguir adelante, cumpliendo con el juego que está en la base misma del terror: el de querer ver, y no ver, qué sucede.
LA CASA DE LOS EUCALIPTUS
Luciano Lamberti
Random House
187 págs., $ 249
E. E. G. 


Reseñas: La visitante, de Claudia Solans
La atmósfera misteriosa de una trama
"Todo se ve diferente, se oye diferente, como si en algún punto del trayecto hubiéramos cruzado hacia otra dimensión", presiente la ingeniera agrónoma Fátima Moran -la narradora de La visitante, primera novela de Claudia Solans- en el ómnibus que la lleva de San Miguel de Tucumán al Valle de Tafingasta.


Fátima ha venido de Buenos Aires para pasar seis meses trabajando en una finca de esa región y terminar su tesis sobre clonación. La finca pertenece a Manuel Corvalán, un viudo que tiene una hija, Carola, de trece años. Aunque la chica padece un atraso mental, demuestra una "inacabable capacidad de observación" y en su mundo las cosas permanecen "ajenas a las nociones de bien y mal": "Son o dejan de ser, sencillamente".
La protagonista inicia una relación con Serafín Borquez, el ingeniero a cargo. Este hombre, nacido en la comarca, anda por los treinta y tantos años. El romance sufre un quiebre a partir de una discusión en la que Fátima peca de un exceso de corrección política y le habla a Serafín de "culturas diferentes" y de "pueblos oprimidos". Él manifiesta estar "cansado de escuchar utopías restauradoras de una realidad que ya no existe" y que la lucha actual es bastante más compleja que "la de una simple división de razas". Finalmente ella reconocerá que no había podido "amar al hombre, encandilada con lo que en él había de indio" y no había podido "resistir al indio al descubrir que no era barro cocido".
Solans, nacida en Buenos Aires pero tucumana por adopción, es traductora del portugués y docente. Ha publicado los libros de cuentos El entierro del diablo (1996) y Desterrados (2000). En La visitante se vale de la voz narradora para aglutinar diversos temas que no buscan componer un argumento definido, sino que ayudan a delinear las repercusiones emocionales que el lugar y su gente provocan en Fátima. Se cuenta la historia del valle (durante más de cien años cerrado a las influencias exteriores); se habla de las celebraciones del carnaval y de Semana Santa y de la tradición de los misachico. Una excursión a las ruinas de los quilmes permite referirse al origen de ese famoso asentamiento -que era "un mirador, un fuerte y una ciudad al mismo tiempo"- y al destino final de aquel pueblo, que fue desterrado a Buenos Aires.
La ingeniera agrónoma comienza otra relación amorosa con Corvalán, que prueba ser duradera, ya que en la segunda parte del libro, que transcurre dos años después, ella sigue en el valle y está en pareja con Manuel, a pesar de que él se halla muy enfermo.
Una atmósfera de misterio se va gestando en torno a una elevación de la zona, el cerro Muñoz. "Al Muñoz se va una sola vez en la vida, o dos. Yo ya tuve suficiente", le dice León, dueño de unos campos de la región, a Moran. Eduarda, la hermana de Manuel, le advierte que es "un cerro engañoso, que siempre quita más de lo que da". Cuando Fátima le dice a Serafín que piensa subir al cerro, éste le replica: "Ni se te ocurra". Ella sabe que muchos años atrás, en un viaje al Muñoz, murieron el hermano de León y unos guías que los acompañaron a los dos y a Corvalán.
El secreto que ronda a estas muertes, al prolongarse demasiado, debilita el efecto de su revelación. De todos modos, el eje de La visitante no reside en esa cuestión, sino en la lograda ambientación, gracias a la cual el escenario del Valle de Tafingasta termina siendo el elemento más poderoso de la novela: un espacio que deja una honda huella espiritual en la protagonista y la transforma de visitante en una residente capaz de fundirse con el lugar y experimentar la certeza de una epifanía sobre la infinitud del universo.
"Cualquier forma de perdurabilidad que se le haya otorgado a la humanidad -reflexiona en un momento Fátima, extasiada, en el mirador de los quilmes- estará vinculada a esta vida, a la materia y sus propiedades, al tiempo y sus avatares."

LA VISITANTE
Claudia Solans
Adriana Hidalgo
199 páginas
$ 320
F. F. 

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