Preguntas incómodas a la hora de aprender
La omnipresencia de dispositivos digitales conectados a Internet podría estar cambiando uno de los principales pilares de la civilización
¿Cuál es la bebida nacional de Finlandia? ¿Cuál es la diferencia entre el anís y el anís estrellado? ¿Por qué las albóndigas no están saliendo como en el restaurante o como las de la nona? ¿Cómo se corta la madera con un serrucho? ¿Cómo se desarma esta notebook, cómo se aumenta la presión en esta caldera, cuál es la mejor forma de combatir la cochinilla?
Hubo una época en la que había una época para aprender y otra para aplicar lo aprendido. En esta segunda etapa adquirías una serie de conocimientos asociados a tu oficio, con lo que obtenías algo llamado experiencia. De todo lo demás, poco. Pese a que, como decimos aquí, "todos los días se aprende algo". Lo que, para ser honestos, no era exactamente así. A lo sumo, aprendías alguna cosita nueva cada tres o cuatro meses.
Hoy, en cambio, es muy difícil no aprender algo todos los días. Pero, aunque esto impresiona, la omnipresencia de computadoras de bolsillo conectadas con Internet está causando un cambio más profundo. Ese cambio quizá esté relacionado con lo que entendemos por aprender.
La interpretación simplificada de esta mutación asegura que ya no es necesario aprender nada, mucho menos saberlo, "porque todo está en Internet". Como ocurre en general con las simplificaciones, este modo de razonar contiene un número de falacias. En mi opinión, es más bien al revés. Parafraseando a Lucrecio, creo que en el aprendizaje se cumple la regla del ex nihilo nihil fit ("de la nada, nada sale"). O sea, que la Wikipedia no te va a servir de mucho si sos un cabeza hueca .
Hoy, en cambio, es muy difícil no aprender algo todos los días. Pero, aunque esto impresiona, la omnipresencia de computadoras de bolsillo conectadas con Internet está causando un cambio más profundo. Ese cambio quizá esté relacionado con lo que entendemos por aprender.
La interpretación simplificada de esta mutación asegura que ya no es necesario aprender nada, mucho menos saberlo, "porque todo está en Internet". Como ocurre en general con las simplificaciones, este modo de razonar contiene un número de falacias. En mi opinión, es más bien al revés. Parafraseando a Lucrecio, creo que en el aprendizaje se cumple la regla del ex nihilo nihil fit ("de la nada, nada sale"). O sea, que la Wikipedia no te va a servir de mucho si sos un cabeza hueca .
Además, no estoy hablando de consultar una enciclopedia, sino de aprender algo. Lo que me lleva a dos escenas. La primera tiene que ver con una caja que abrí el otro día y en la que encontré mi cuaderno de primer grado. Me causó una fuerte impresión la torpeza de ese chico para producir texto, y también me llamó la atención el método usado en esa época, la de los palotes. Eran páginas y páginas de palotes durante muchos meses. Mi hermano, dos años menor, empezó a leer y escribir por las suyas antes de empezar la escuela, sólo observando mis esfuerzos. La hazaña se convirtió en otra anécdota familiar, pero siempre me quedó la duda. ¿Realmente había que invertir tanto tiempo para incorporar la lectoescritura? ¿O ese era un procedimiento que nadie había puesto nunca en duda porque las cosas siempre se habían hecho así?
Medio siglo después, una colega me comenta que su hija de 5 años estaba empecinada en aprender a leer. Sin tiempo ni destrezas para la propedéutica, y dada la inquebrantable insistencia de la pequeña, buscó ayuda en YouTube. La niña era capaz de reconocer las letras, pero podía decodificar oraciones. Gracias a una serie llamada El Monosílabo, en tres o cuatro días estaba leyendo.
OK, no, calma, no voy a proponer reemplazar a los docentes por títeres de monos. Para empezar, porque esta niña tenía la intención de aprender a leer; habría funcionado igual con un docente, un títere o un hermano mayor. Además, es evidente que no deberíamos dejar librado el aprendizaje (especialmente de algo tan básico como la lectoescritura) a la voluntad de los niños. De hecho, deberíamos ocuparnos especialmente de aquellos a quienes les cuesta más o que parecen no tener interés. Un buen docente hará allí la diferencia.
En todo caso, no estoy reflexionando sobre el sistema educativo, aunque las preguntas que siguen casi sin duda son relevantes en tal análisis. Me interesa pensar en qué quiere decir "aprender" hoy. No tengo casi ninguna respuesta, pero sé que estas preguntas son incómodas. Son, por lo tanto, significativas.
Medio siglo después, una colega me comenta que su hija de 5 años estaba empecinada en aprender a leer. Sin tiempo ni destrezas para la propedéutica, y dada la inquebrantable insistencia de la pequeña, buscó ayuda en YouTube. La niña era capaz de reconocer las letras, pero podía decodificar oraciones. Gracias a una serie llamada El Monosílabo, en tres o cuatro días estaba leyendo.
OK, no, calma, no voy a proponer reemplazar a los docentes por títeres de monos. Para empezar, porque esta niña tenía la intención de aprender a leer; habría funcionado igual con un docente, un títere o un hermano mayor. Además, es evidente que no deberíamos dejar librado el aprendizaje (especialmente de algo tan básico como la lectoescritura) a la voluntad de los niños. De hecho, deberíamos ocuparnos especialmente de aquellos a quienes les cuesta más o que parecen no tener interés. Un buen docente hará allí la diferencia.
En todo caso, no estoy reflexionando sobre el sistema educativo, aunque las preguntas que siguen casi sin duda son relevantes en tal análisis. Me interesa pensar en qué quiere decir "aprender" hoy. No tengo casi ninguna respuesta, pero sé que estas preguntas son incómodas. Son, por lo tanto, significativas.
Por ejemplo, es evidente que tuvimos que adaptar nuestros métodos de enseñanza a las tecnologías disponibles. Ese cuaderno, el lápiz negro y la goma de borrar eran las tecnologías que tenían los maestros hace medio siglo para enseñarnos a leer y escribir. ¿Eso garantiza que aquél fuera el mejor método para esa educación?
Cuando estudiaba griego clásico, en la universidad, habría dado lo que no tenía por una herramienta como el Proyecto Perseo. Pero tuve que limitarme al diccionario y la gramática. ¿Acaso no aprendí? Sí, y mucho. De hecho, traduje Edipo Rey completo, porque las versiones que había leído me parecían excesivamente acartonadas. Pero todo ese aprendizaje fue más mérito de una profesora enorme, Delia Deli, que de la tecnología del papel. A Delia el Proyecto Perseo le habría fascinado, estoy seguro.
En medio siglo, pasamos de manuales impresos a cursos en realidad virtual. Allí donde no hay margen de error (por ejemplo, en el espacio), esta metodología es clave.
Cuando estudiaba griego clásico, en la universidad, habría dado lo que no tenía por una herramienta como el Proyecto Perseo. Pero tuve que limitarme al diccionario y la gramática. ¿Acaso no aprendí? Sí, y mucho. De hecho, traduje Edipo Rey completo, porque las versiones que había leído me parecían excesivamente acartonadas. Pero todo ese aprendizaje fue más mérito de una profesora enorme, Delia Deli, que de la tecnología del papel. A Delia el Proyecto Perseo le habría fascinado, estoy seguro.
En medio siglo, pasamos de manuales impresos a cursos en realidad virtual. Allí donde no hay margen de error (por ejemplo, en el espacio), esta metodología es clave.
Nunca entendí la guitarra. Por mucho que me la explicaron. No es que tenga facilidad para la música. Todo lo contrario. Sólo lo paso muy bien tocando. El piano lo aprendí de muy chico, así que incorporé su lógica. Amigos leales y frustrados profesores hicieron lo imposible (quiero decir, hasta la exasperación) por hacerme entender la lógica de la distribución de las notas en una guitarra. Sin éxito. Hasta que dí con Steve Stine en YouTube, que es una máquina de tirar tips. Cierto que todavía me falta mucho por recorrer, pero al menos ya sé dónde estoy parado. Cierto es también que se corre el riesgo, como apunta uno de los comentaristas en el sitio, que uno puede caer en la tentación de no ir más allá de estos tips. Pero eso no cambia el hecho de que empiezo a tener un mapa mental de dónde está cada nota en las seis cuerdas.
Más música. Cuando tus intereses discográficos son, digamos, desmesurados, no hay fortuna ni tiempo libre que alcance para satisfacer tanta curiosidad. Por cada disco que he comprado hay miles que nunca podré siquiera escuchar por arriba. Entra en escena Spotify, de uno de cuyos lados menos conocidos hablé y que me ha revelado en estos meses, otra virtud inesperada. Con todo y algunas ausencias notorias y lagunas notables, la plataforma permite acceder a una enormidad de música rápidamente, entablar relaciones entre las obras y, de nuevo, aprender algo que, de otro modo, demandaría un capital en dinero y tiempo astronómico.
Más música. Cuando tus intereses discográficos son, digamos, desmesurados, no hay fortuna ni tiempo libre que alcance para satisfacer tanta curiosidad. Por cada disco que he comprado hay miles que nunca podré siquiera escuchar por arriba. Entra en escena Spotify, de uno de cuyos lados menos conocidos hablé y que me ha revelado en estos meses, otra virtud inesperada. Con todo y algunas ausencias notorias y lagunas notables, la plataforma permite acceder a una enormidad de música rápidamente, entablar relaciones entre las obras y, de nuevo, aprender algo que, de otro modo, demandaría un capital en dinero y tiempo astronómico.
Aviones. Siempre me gustaron. Nunca pude incorporar marcas, modelos, características. Los juegos, desde el clásico Flight Simulator hasta el arduo Falcon 4, me enseñaron todo eso, y lo aprendí sin darme cuenta. Esto no es nuevo y hasta tiene su nombre, edutainment, sólo que ni el Flight Simulator ni el Falcon 4 ni ninguno de los otros títulos del género caían en la categoría del entretenimiento educativo. Pero es evidente que jugar sirve para memorizar.
Memorizar tiene mala fama. También quiero poner en duda eso. Una cosa es convertirse en un loro erudito y otra contar con puntos de partida. Porque ex nihilo nihil fit. Y porque cuantas más cosas hemos memorizado -nombres de árboles, fechas históricas, vidas y obras, conceptos-, más somos conscientes de lo que no sabemos (sí, soy socrático hasta el tuétano), y eso acicatea todavía más nuestra curiosidad.
Me pregunto, con entera humildad, si no existe en este nuevo estado de cosas una clave para replantear el aprendizaje. Hubo una época en la que era importante saber. Sigue siéndolo, pero hoy, creo, eso constituye el grado cero del conocimiento. Tal vez sea tiempo de orientar las velas hacia otros vientos. Los de la curiosidad, la duda y la pregunta.
A. T.
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