lunes, 29 de enero de 2018

ECONOMÍA; LA OPINIÓN DE EDUARDO LEVY YEYATI


Eduardo Levy Yeyati. "Falta inversión privada en investigación y desarrollo"



Prospectiva. Con el programa Argentina 2030 -y en un país renuente a las políticas de largo plazo- apuesta a crear espacios de diálogo entre la sociedad y el gobierno sobre los ejes que podrían definir nuestro futuro
Nada de ministro en las sombras
. A Eduardo Levy Yeyati (1965) se lo nota agobiado por el calor y el sol después de trajinar los quinientos metros que median entre la Casa Rosada y el CCK. El reconocido economista y decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella ocupa una oficina del antiguo Correo como director del programa Argentina 2030. Ahora mismo lo acompañan cuatro asistentes jóvenes y paquetes listos para ser distribuidos con un libro de tapa azul llamado Cien políticas para la Argentina del 2030. Se trata de una convocatoria a cien expertos en distintas áreas (de José Nun a María Teresa Dova) que han respondido a esta consigna: "Si tuviera que escoger una política o reforma en su campo de conocimiento o actuación, con vistas a la Argentina de 2030, ¿cuál propondría?"
 El libro azul de Levy Yeyati es un compendio de ideas sobre cómo debería ser el país en un futuro (muy) próximo. No es un plan de gobierno pero sí fue impulsado por la Jefatura de Gabinete como punta de lanza del programa para el que lo convocaron. ¿Es entonces la Argentina 2030 un pseudoministerio? "No, nada de eso. Es un programa cuyo objetivo básico es iniciar o articular un diálogo entre la sociedad y el gobierno en función de las grandes líneas o aspectos de la visión de la Argentina del futuro. Tenemos un presupuesto muy acotado con una función de creación y no de implementación de políticas que corresponde a los ministerios", explica.

¿Lo convocaron porque detectaron que ese diálogo no se estaba produciendo?
Ese diálogo en la Argentina de los últimos quince años se había roto. De todos modos, en general, históricamente nunca ha habido una articulación muy clara entre lo que piensa la sociedad, más allá de encuestas y cuestiones mucho más epidérmicas, y lo que el gobierno adopta, modifica y lleva adelante.

Pero cada época tuvo sus think tank , ¿no cree?
Los partidos políticos generalmente tienen uno o más grupos que se dedican a generar ideas de gobierno y algunas de esas ideas ven la luz, aunque la mayoría suele quedar dando vueltas. Los equipos de ideas de los partidos políticos argentinos funcionan sobre todo cuando tienen que presentarse en una campaña. Esto evidencia que parte de estosthink tanks no tiene fines de gobierno y no cumple el papel de articulador de las aspiraciones de la sociedad. Se necesita una retroalimentación con la sociedad y ese proceso en la Argentina me da la sensación de que nunca se dio. Lo que este programa se propone de manera modesta es iniciar ese diálogo.

¿El programa está atado a la suerte del gobierno en las próximas elecciones?
La idea original es que algunas de las propuestas que surjan puedan sobrevivir al gobierno de turno. Para que se dé esto en una sociedad tan polarizada como la argentina hacen falta dos partes: necesitás referentes de la sociedad que quieran decirle algo al gobierno y que no sean simplemente adherentes o fanáticos, y por el otro lado necesitás un gobierno que escuche.

¿Este gobierno está dispuesto a escuchar?
A un gobierno tan jaqueado por la coyuntura generalmente le cuesta tener tiempo, espacio mental para escuchar. Pero el hecho de haber armado esta iniciativa indica que hay una voluntad de escuchar a la sociedad y no solo a los adherentes del círculo más cercano.
El problema parece ser que en la Argentina es imposible consensuar políticas de Estado. Los cambios de gobierno suelen ser muy pendulares.
Creo, por ejemplo, que las políticas sociales de elevar la vara en nuestro sistema de protección social, iniciadas a fines de los años 90 con la Alianza pero consolidadas con la crisis y los años kirchneristas, persisten. Este gobierno lo único que ha hecho es consolidarlo y hasta profundizarlo. Son políticas que atraviesan gobiernos porque generan un consenso tal que a nadie se le ocurriría cambiarlas.

Como pasa con los derechos humanos...
Sí. Hay temas en los que fracasamos, como el de la lucha contra la corrupción, en el que hay que empezar todo de cero. Y las políticas económicas han sido muy volubles. Quizá sean campos donde sería bueno generar consensos como los que logramos en derechos humanos y protección social.

Respecto de la volatilidad de la economía argentina, usted dijo en 2013 que no sería extraño un regreso a cierto menemismo si el modelo K fracasaba. ¿Estamos ahí ahora?
No. La Argentina tuvo un experimento socialdemócrata en los años 80 con Alfonsín, luego un ensayo de populismo de mercado con Menem y de populismo de Estado con los Kirchner. Mi impresión es que los tres fracasaron, excepto en lo que se avanzó en el tema de la protección social. No se ve ahora un nuevo gobierno menemista que practique una apertura indiscriminada ni un recorte drástico de las funciones del Estado. Sí es cierto que hay un efecto reflejo de lo que venía siendo el populismo de Estado anterior. De ahí se distancia, pero no por eso se transforma en una parodia del menemismo.

¿Por qué el futuro podría ser muy diferente en 2030?
El futuro siempre puede ser muy parecido al presente. Hay algunos frentes donde pueden pasar cosas que afecten el nivel de equidad de la distribución, la conflictividad social, el crecimiento. Podría darse el caso de que, por ejemplo, consideraciones ambientales castiguen nuestros productos: la carne y los transgénicos, por poner dos casos que están en discusión. Si no se hace nada, si se supone que todo va a seguir como está ahora, ese cambio va a afectar de manera negativa tu bienestar. Planificar es anticipar esos cambios y pensar qué hacer en cada caso. Lo mismo con la tecnología del trabajo. Puede ser que demore más tiempo en llegar y que esa sustitución del trabajo por la tecnología no nos afecte tanto, pero lo cierto es que nuestros trabajadores cumplen en gran medida tareas fácilmente sustituibles y si eso sucede vas a tener problemas para generar trabajo asalariado de calidad. Vas a tener un mundo de monotributistas independientes y precarizados. ¿Querés arriesgarte a esa profundización del "precariado" o querés tomar cartas en el asunto anticipadamente?

¿Qué hay que hacer, entonces?
El tema es muy complejo. Algunos de nuestros trabajadores, los de mayor calificación, podrían ser reentrenados. Nuestro sistema de formación profesional es muy limitado. Hay que profundizar ese sistema con una participación mucho más activa de las empresas medianas y grandes, que son las que tienen capacidad de formar. La formación profesional debería ser la responsabilidad social empresaria del futuro. Pero eso es válido solo para aquellos que puedan ser reconvertidos o reentrenados; hay trabajadores de muy baja calificación con los que puede ser todo más difícil. Creo que este panorama es el principal desafío que tiene la Argentina a futuro.

¿La "flexeguridad" laboral es la mejor solución?

"Flexeguridad" es una muy mala traducción de " flexecurity", que es un sistema muy común en los países escandinavos. En Dinamarca hay contratos de duración cero en los que podés despedir a la gente sin ningún costo de indemnización. Pero eso está compensado por una formación profesional en la que estos países invierten mucho dinero y por un sistema de seguro de desempleo muy generoso.

¿La Argentina toleraría culturalmente un modelo nórdico?
El modelo nórdico les da a los empresarios la posibilidad de contratar y despedir de manera gratuita y por otro lado el Estado les cobra los impuestos necesarios para capacitar y reubicar a los trabajadores. Los impuestos son altos, pero se asignan a la red de seguridad. ¿Estamos preparados para eso? Si esa fuera la pregunta cada vez que traés una iniciativa innovadora, la respuesta sería siempre "no". Hay que permitirse la discusión.

Esta discusión es pertinente porque estamos a las puertas de una reforma laboral.
Estamos a la puerta de muchas reformas laborales que se van a dar en pasos sucesivos y hay que dar el debate sobre qué régimen queremos. Tenemos asalariados con un nivel de protección relativamente alto, cuentapropistas en una situación precaria y mucho trabajador informal. Tenemos que discutir cómo, con esta situación, podemos extender los beneficios laborales y sociales a toda la población.

¿Cuál sería el mejor sistema para un país con las características de la Argentina?
Los sistemas no son puros. El sistema nórdico no podría aplicarse directamente porque el nivel de educación de nuestros trabajadores no permitiría muchas de estas cosas. Deberíamos ir hacia algo mixto y encontrar la manera de integrar a la gente que se está cayendo del club de los asalariados de convenio. Un club que acá y en el mundo va a ser cada vez menor. Ojo, los sindicatos deberían ser los primeros interesados en esto porque son los que van a ver mermar su representatividad.

Es curioso ver que muchos de los convocados a este diálogo son investigadores del Conicet cuando una de las primeras polémicas del gobierno fue el recorte en el área de investigación científica.
A la política científica hay que fortalecerla. Uno puede tener visiones sobre cuánto de ese saber debe ser más o menos aplicable a patentes o creaciones con un valor comercial, pero no vamos a desarrollarnos sin conocimiento. La Argentina tiene una gran diversidad y calidad de producción científica. A mi juicio eso se está desaprovechando.

¿Por qué?
Porque al científico se le da lo mínimo para que haga su investigación y luego se le exige que dé algo más útil, pero nunca se le dan los instrumentos ni la gente capacitada para desarrollar parte de este conocimiento en algo más aplicable. El científico de base no tiene por qué ser un emprendedor. Si hay algo que está faltando acá es un sector privado que ayude, invirtiendo en investigación y desarrollo. El promedio de inversión científica en los países desarrollados es de tres cuartas partes del sector privado y solo el resto del Estado. Acá es al revés. Si hubiera una política de recortes en esta área, no sería el camino a seguir en absoluto. No podemos denigrar al Conicet. Si queremos desarrollarnos al estilo de los países del primer mundo y no compitiendo con salarios bajos y trabajo barato, tenemos que agregar conocimiento a la producción.

Hablemos de imaginarios de futuro. ¿Todavía estamos a tiempo de ser Australia?

Esa idea de Australia es un mito, pero eso no debería desalentarnos. Generalmente miramos alrededor para ver qué camino podríamos tomar. En algún momento era Corea, en otras discusiones aparecían Israel o Canadá. O la Emilia Romaña italiana con sus pymes de alto valor. Ningún modelo de esos por sí solos es aplicable a la Argentina. Definitivamente, no Corea porque es un país industrial construido sobre la base de condiciones de trabajo muy inferiores a las que nosotros tuvimos desde hace muchas décadas. Sí puede ser que nuestro perfil productivo tenga cosas de Australia, como la explotación inteligente de los recursos naturales; cosas de Israel como la explotación del capital humano; algo de la Emilia-Romaña en el sentido de las economías regionales. Es un puzle que se construye con ejemplos exitosos de otros países que hay que tamizar con la realidad nacional.

¿La discusión de fondo sigue siendo modelo agroexportador versus país industrializado?

Cuando se piensa en términos de crecimiento, hay que generar valor agregado, divisas y empleo. Se necesita el agro, la industria y sectores nuevos que generen dólares y empleo. La polarización agro versus industria no te lleva a ningún lado porque ninguno de esos dos sectores te salva. Muchas veces he pensado en la Argentina como supermercado del mundo, que es la versión contemporánea de aquel "granero del mundo". En el supermercado se vende a granel con un margen pequeño, y eso no nos alcanza. Necesitamos vender lo que producimos, que no es mucho, con un margen alto. Entonces sería como ir a la tienda boutique que te vende diferenciación y estilo. En ese sentido pienso el concepto de país delicatessen: productos premium en la góndola del mundo.

Voy a citar a un ex presidente: ¿Estamos condenados al éxito?
No estamos condenados ni al éxito ni al fracaso. Estamos condenados a nosotros mismos.

F. G.

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