Pero había allí, enredada como una alimaña de la mente, una falacia lógica. Una guerra atómica no garantizaba la destrucción mutua de Estados Unidos y la Unión Soviética. Lo que muchos sabíamos -y el enorme Carl Sagan fue uno de los más tenaces divulgadores de esta verdad horrenda- es que una conflagración de esa clase destruiría a toda la especie humana. Quizá surgiera más tarde, tras los milenios radiactivos, alguna nueva forma de civilización en un escenario de distopía, de pesadilla. De allí que Albert Einstein haya dicho: "No sé qué armas se usarán en la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta la pelearán con palos y piedras".
Así que tiene razón el Papa en tener miedo, porque los nubarrones del invierno nuclear han vuelto, y tenemos solo un planeta, solo una atmósfera, solo una oportunidad, solo un gran océano azul flotando en la fría inmensidad del cosmos.
A. T.
A. T.
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