viernes, 26 de enero de 2018

VENDER ARGENTINA; ATRAER INVERSIONES


El presidente Mauricio Macri inicia esta semana su viaje al exterior, que incluye el encuentro con Vladimir Putin en Moscú, su segunda participación en el Foro Económico Mundial de Davos y una reunión en París con el primer ministro Emannuel Macron, en ese orden. Es el arranque de un año de alta exposición internacional para la Argentina, que en octubre será sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud y, poco después, de la cumbre de líderes políticos del G-20, que incluye a 19 países desarrollados y emergentes más la Unión Europea como bloque y en conjunto representa 85% del PBI mundial, 80% del comercio global y dos tercios de la población total.

Si la cumbre del G-20 fuera comparable a nivel geopolítico con un Mundial de fútbol, el Foro de Davos sería una suerte de fecha FIFA donde grandes corporaciones globales suelen comparar perspectivas de economías emergentes y detectar oportunidades de inversión. Nada más alejado de los doce años de aislamiento K y de la anacrónica consigna de combatir al capital de la marcha peronista.
En enero de 2016, Macri presentó en esa villa suiza el giro de 180° en la política exterior y el fin del default para reinsertar al país en el mundo y acceder a los mercados financieros externos. Luego pronosticó una "lluvia de inversiones" basada en el cambio de rumbo económico, que todavía se hace desear pese al repunte de 2017. La realidad demostró que eran condiciones necesarias, pero no suficientes. En aquel momento, las incógnitas giraban sobre la gobernabilidad y su margen de maniobra para dejar atrás el "prontuario" de cambios pendulares de reglas económicas y su correlato de crisis recurrentes con megadevaluaciones y explosiones inflacionarias que sumergieron a millones de argentinos en la pobreza.
En el primer caso, Macri podrá exhibir ahora su triunfo en las legislativas de octubre, la nueva derrota de Cristina Kirchner en el decisivo distrito bonaerense y sus chances de acceder a un segundo mandato ante la ausencia de liderazgo en un peronismo dividido. No obstante, con minoría en el Congreso, aun depende de las internas del PJ para conseguir respaldos opositores y aprobar leyes clave. Una prueba es que en Davos será acompañado por los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta) y Gustavo Bordet (Entre Ríos) en el lugar que hace dos años ocupó Sergio Massa. Otro tanto ocurre con la CGT, que acaba de borrar con el codo la reforma laboral descafeinada que había acordado con el Gobierno y de responsabilizarlo de una "campaña antisindical" que engloba a los dirigentes presos por haber acumulado fortunas personales a base de prácticas mafiosas. Pero esto no lo exime de errores propios no forzados que afectan su propia imagen, como la insólita falta de ética del ministro Jorge Triaca con una empleada de su familia.

En cuanto al prontuario, el Presidente adoptó una mirada más realista expresada en su crudo diagnóstico de fin de octubre en el CCK. Desde el punto de vista institucional, así como de ciertos valores y conductas políticas, no ignora que la imagen de la Argentina en el exterior se asemeja más a la de Maradona hoy que a la de Messi o Ginóbili. Esto incluye a la Justicia, con jueces federales de la Capital que se mueven según los vientos políticos mientras acumulan causas de corrupción sin sentencia desde hace años. O al fuero laboral, que está lejos de ser imparcial y hasta obligó a sancionar una nueva ley de ART para frenar la suba de costos de riesgos de trabajo debido al sistemático incumplimiento judicial de la anterior. En el Congreso, a su vez, están cajoneadas desde hace un año las leyes de reforma del mercado de capitales (rebautizada "financiamiento productivo") y de primer empleo, que trató de ser superada por la hasta ahora frustrada reforma laboral. Y hasta pasó a segundo plano la indispensable reforma educativa, con el fuerte contrapeso de un estatuto docente próximo a cumplir medio siglo y una modalidad de negociación salarial que cada año resta días de clases en perjuicio de los chicos.
Una prueba de la crónica dificultad para lograr consensos sobre políticas de Estado perdurables (todos están de acuerdo con las reformas, mientras afecten a otros), es el mega-DNU 30/18, a través del cual se modifica casi una veintena de leyes para suprimir trámites anacrónicos o innecesarios que agregan costos a distintas actividades económicas. En marzo habrá que ver la respuesta de la oposición en el Congreso. Sin embargo, la superposición de funciones entre los siete ministerios del área económica oficial tampoco contribuye a agilizar decisiones de inversión privada que involucran a más de un sector.
A este cuadro se agrega el camino elegido por el Gobierno para corregir los serios desequilibrios macroeconómicos heredados. Aunque hace dos años evitó el estallido de otra crisis, la gradual reducción del déficit fiscal primario (sin intereses de la deuda) al 3,9% del PBI en 2017 se apoyó principalmente en la baja de subsidios a las tarifas, cuyo ajuste complica una mayor reducción de la inflación, que se mantiene como la más alta de América Latina detrás de la híper venezolana. Pero su financiamiento a través del endeudamiento por 25.000/30.000 millones de dólares anuales agudiza el déficit de las cuentas externas (ya que los intereses pagados representaron 2,2% del PBI) y deprime estructuralmente al tipo de cambio real, pese al repunte de las últimas semanas en medio de una mayor volatilidad tras la baja gradual de las tasas del BCRA.
La apuesta oficial sigue siendo reducir el peso relativo del Estado a través de un crecimiento sostenido del PBI, que el año anterior subió casi 3% del PBI y cuyos motores fueron el sector agropecuario y la construcción, impulsada por más obras públicas y créditos hipotecarios ajustables a largo plazo. Para extender ese horizonte se necesita un mayor flujo de inversiones productivas, locales y externas. No obstante, la economía argentina aún está lejos de ser competitiva, salvo en determinados nichos con ventajas. Y también de cumplir las tres condiciones para el desarrollo: crecer, exportar y crear empleos de calidad. Estas dos últimas están pendientes, según remarcó el economista Eduardo Levy Yeyati . Por ahora, el incremento de exportaciones depende del mayor crecimiento -y demanda externa- de Brasil y China.

Aun así, según el monitor de la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (AACI), los proyectos de inversión anunciados en los últimos dos años alcanzan a US$ 102.000 millones. De ese total, casi la mitad (44.700, de los cuales más de 25.000 millones corresponden a YPF) está concentrado en petróleo y gas, principalmente no convencional, seguido por minería (8600); generación eléctrica y servicios públicos (8500); telecomunicaciones (7500); desarrollos inmobiliarios (7400); energías renovables y bienes industriales (ambos con 5700 millones). Los más importantes son plurianuales; o sea que su ritmo de ejecución depende en buena medida de las condiciones macroeconómicas.
Precisamente, el principal desafío para Macri y los cuatro ministros que lo acompañarán en Davos será demostrar cómo compatibilizar la agenda de corto plazo (ajustes periódicos de tarifas, suba del impuesto inmobiliario, reducción más lenta de la inflación, bajo y dispar repunte del consumo) con la de mediano plazo (disminución de impuestos distorsivos y de costos laborales no salariales en cuatro años, así como de costos logísticos no vinculados con el alza internacional del petróleo). Esto no solo obligará a mayor coordinación y acuerdos políticos o sectoriales, sino también a fijar prioridades en obras de infraestructura muy costosas, incluso en el régimen de PPP (participación público-privada) para su financiamiento y operación a largo plazo, ya que incrementan la deuda a futuro. Más que nada para prevenir que, ante un eventual shock externo, la Argentina repita malas experiencias del pasado cuando pasó de merecedor de crédito a la categoría de deudor riesgoso.

N. SC.

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