En 2006 había unos 500 felinos, que gracias a un programa de adopcióny castración, se redujeron a 13; la disminución atrajo a miles de aves
Lilith vive en la terracita del invernadero principal. Noche es negro y se esconde en un hueco del tronco de un árbol que da a República Árabe Siria. Kalo tiene su refugio entre arbustos, detrás de los baños. La enumeración llega a 13. Esa es la cifra exacta de gatos que viven en el Jardín Botánico, en Palermo, un sitio que en 2006 llegó a resguardar 500.
Eugenia Pascual tiene una ficha con fotos, rasgos característicos y lugar donde duerme cada uno de ellos. Es la voluntaria más antigua de un grupo filántropo que, con un plan persistente de castraciones y adopciones, redujo y controla la población de gatos.
Eugenia Pascual tiene una ficha con fotos, rasgos característicos y lugar donde duerme cada uno de ellos. Es la voluntaria más antigua de un grupo filántropo que, con un plan persistente de castraciones y adopciones, redujo y controla la población de gatos.
El resultado de su trabajo, junto con el de otros 30 voluntarios, produjo una revolución de biodiversidad: sin la amenaza de los gatos, volvieron cientos o miles de aves. Entre ellas, especies nunca vistas en el jardín que diseñó Carlos Thays en 1892.
"Teníamos un listado, hecho en 2010, en el que se detallaban registros de 52 tipos de aves. Ahora esa referencia llega a 74 especies", afirma Maximiano König, técnico en conservación de recursos naturales y encargado de elaborar el listado de aves del Botánico.
Lo más curioso es que entre esas 22 especies que se agregaron a la nómina de aves que suelen verse en el jardín, hay 11 que ni siquiera figuraban como vistas eventualmente en el Botánico, por lo que se especula con que son registros inéditos, alentados por la ausencia de gatos, la variedad de alimentos que encuentran en el lugar y la mayor variedad de aves en toda la ciudad. Desde hace varios años que la diversidad crece también en los Bosques de Palermo (170 especies) y las reservas Costanera Norte (123) y Costanera Sur (300).
Pascual sabe poco de pájaros. Escucha los nombres de las 11 especies que König presume inéditas para el jardín: atajacaminos, carau, gavilán mixto, ñanday, caburé chico, suriri real, anambé común, arañero coronado chico, cardenilla, tordo pico corto y chivi común. No podría reconocer ninguna. Exagera y dice que solo reconoce a las palomas. "Nos vuelven locas. Todos los días renovamos los tachitos de agua y comida para los gatos y tenemos que dejar alpiste en otro lugar, para despistar a las palomas y que no se coman el alimento balanceado", cuenta y explica que los gatos que siguen en el jardín son aquellos que fueron abandonados hace poco o son muy ariscos y no pueden darlos en adopción.
Ver por lo menos 20 especies distintas de aves en una recorrida de una hora es algo sencillo. Hasta fines de febrero se pueden observar picoteando el pasto en busca de insectos a ejemplares de suriri real, que son de pecho amarillo y llegaron desde el sur de los Estados Unidos en busca de un ambiente templado. Para distinguir gavilanes mixtos hay que mirar hacia arriba y buscarlos en las tipas y araucarias más altas, desde donde marcan sus presas. A los celestinos hay que descubrirlos comiendo frutos de algún coronillo. Al hornero se lo ubica fácil cerca de su nido, fabricado en barro justo donde se bifurcan las ramas. Al lado del invernadero de suculentas es sencillo ver colibríes aleteando en busca del néctar de las flores de lycium, un árbol nativo. "Los zorzales, te lo juro, bajan y caminan entre los pies de la gente que se sienta en los bancos", asegura Graciela Barreiro, directora del Botánico.
Ella es ingeniera agrónoma y vivió la transición de un jardín repleto de gatos al actual con población mínima: "Cuando llegué, en 2009, habían empezado a castrar y dar gatos en adopción. Pero quedaban 300. La gente seguía abandonándolos acá, pese a que el jardín no es un lugar seguro para un animal domesticado hace siglos. Pasan frío, no tienen refugio. Y era un riesgo tanto para embarazadas porque nadie podría asegurar que no fueran portadores de toxoplasmosis, como para los visitantes en general, porque alguna vez arañaron gente. Pero la realidad es que los voluntarios obtuvieron un gran resultado".
Biodiversidad
El Botánico tiene casi ocho hectáreas y suma 1500 especies de árboles, arbustos y herbáceas de cinco continentes. Para las aves es como un patio de comidas abierto todo el año. Al haber vegetación de todo el mundo, hay frutos, insectos y larvas durante las cuatro estaciones. Hasta la apertura de un jardín de 500 metros cuadrados pensado para atraer mariposas disparó la diversidad y en consecuencia las opciones para que las aves se alimenten: de nueve tipos de mariposas pasaron a sumar 85.
"Todo este escenario, sin gatos, atrajo muchísimas aves", explica König, quien junto a Barreiro harán plantaciones específicas para atraer algunas aves puntuales, tal como lo hicieron con las mariposas.
El aumento de la diversidad de pájaros empezó a viralizarse entre los observadores de aves, una actividad cada vez más masiva en el país. Según Aves Argentinas, hay 30.000 personas que salen a observar con cierta regularidad y solo en la ciudad hay siete clubes que las agrupan. Así es como el Botánico empieza a ser una cita de aficionados.
"Es un lugar único porque, a diferencia de los parques de Palermo, tiene un bosquecito muy cerrado y eso te permite ver especies de la selva ribereña, como el arañero colorado chico y la mosqueta común", explica Diego Carús, del Club de observadores de aves de Palermo, conocido como Carancho.
En el Botánico explican que los gatos no eran ni son grandes cazadores, sobre todo porque en casi todos los casos son animales abandonados por sus dueños, por lo que nacieron en casas o departamentos y no tiene instinto cazador. Lo que espantaba a las aves era el reflejo natural de evitar a los felinos. De todos modos, antes de la intervención de los voluntarios, los gatos tenían poco alimento, apenas lo que le dejaban algunos vecinos. Eso hizo que algunos felinos se asilvestraran y empezaran a cazar. Las principales presas eran las palomas. De hecho, un problema emergente es la proliferación de palomas domésticas en el Botánico.
Pascual aclara que lejos están de afirmar que el abandono de gatos en el jardín está resuelto y advierte que el control de esa población depende de la intervención de los voluntarios, que dan cuenta de su trabajo y piden colaboración desde la página "Hacé feliz a un gato" que tienen en Facebook. "La gente sigue abandonando gatos. Cuando merman las campañas de castración, entre diciembre y marzo, nos dejan dos o tres por semana. En cambio durante el año, esa es la cantidad que encontramos en un mes", detalla y grafica que el año pasado encontraron y dieron en adopción 66 gatos.
Educar a los animales, clave
En Aves Argentinas señalan que el trabajo de los voluntarios del Botánico es importante para controlar la población de gatos y evitar que sea un riesgo para las aves.
"Estamos muy lejos de no querer a los gatos, pero es importante aumentar y difundir las campañas de tenencia responsable y castración, y también promover la educación de los animales para que no cacen aves silvestres. Existe un ejemplo ilustrativo: la extinción más rápida en la historia sucedió en una isla y la causó un gato doméstico. Se trata de la Xenicus lyalli, una pequeña ave no voladora, exclusiva de la isla Stephens, en Nueva Zelanda", dice Francisco González Taboas, vocero de la ONG.
Además, cita un estudio hecho en los Estados Unidos que permitió dimensionar el impacto de permitir que los gatos cacen aves. "Se estima que allí los gatos matan más un millón de aves al año", agrega.
J. D.
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