Ocho de marzo de 1951, un minuto antes de la medianoche. Se apagan todas las luces de un pabellón de la cárcel de Sing Sing, Ossining, Estado de Nueva York: señal inequívoca de que la mano del verdugo bajó la palanca y toda la carga llegó a la silla eléctrica.
Cinco minutos después, Raymond Fernández (37) está muerto. El rito –palanca, apagón, final– se repite media hora después para “freír en la silla” (jerga del mundo criminal) a MarthaJule Seabrok, luego Martha Beck por matrimonio (31).
No ha sido fácil electrocutar a Martha: sus casi 120 kilos de peso –obesidad crónica– apenas permitieron, con esfuerzo, acomodarla en la silla y rodear su cuerpo con el correaje de ley.
Termina, con gran resonancia en los medios y espanto en el público, una historia macabra titulada “El caso de los asesinos de los corazones solitarios”.
RAYMOND
Nace como Ramón Martínez Fernández el 17 de diciembre de 1914 en Hawaii. Padres españoles. Emigran a Connecticut, Estados Unidos. Allí, su hijo cambia su Ramón por Raymond: una cuestión de ubicuidad.Raymond Fernández
Personaje extraño. Se casa con una tal Encarnación Robles. Tienen cuatro hijos. Raymond los abandona. De pronto aparece sirviendo en la marina mercante española, y más tarde –presunción– cumpliendo alguna tarea en la Inteligencia británica durante la Segunda Guerra Mundial. Embarcado rumbo a Estados Unidos, una compuerta de acero se desprende de sus goznes, cae sobre él, y le fractura el cráneo. Años después, frente al juez y al jurado, su abogado defensor intenta probar que esa herida “pudo afectar su comportamiento social y sexual”. Pero el argumento es rechazado…
Un segundo capítulo de la historia lo encuentra en la cárcel: condena de un año por robo. Y vuelta de tuerca decisiva: su compañero de celda, un indio, ha practicado vudú y magia negra, y Raymond –fascinado– toma lecciones…, y sale en libertad convencido de que la magia negra le ha dado un poder irresistible sobre las mujeres. En especial, una mirada hechicera.
MARTHA
Nacida el 6 de mayo de 1920 en Milton, Florida, Estados Unidos, una enfermedad glandular la convierte, desde niña, en una obesa crónica. Denuncia que fue abusada por su hermano, pero su madre no le cree, la culpa de provocarlo, le pega una feroz paliza.
En adelante vive a los tumbos. Estudia enfermería, pero sus 120 kilos le impiden trabajar. Extrañamente –¿de dónde sacó el dinero?– aparece como dueña de una pequeña empresa de pompas fúnebres y aprende el arte de preparar cadáveres para su entierro.Martha Beck
Renuncia, se muda a California, trabaja como enfermera en un hospital del ejército y su promiscua sexualidad –es ninfómana– le cuesta un primer embarazo… y un padre fugitivo. Sola y antes de que nazca el niño vuelve a Florida y urde una farsa: cuenta en un diario local que su pareja murió en una batalla del Pacífico, y conmueve a un puñado de lectores. Nace una niña, conoce a un chofer de ómnibus de Pensacola (Alfred Beck), se casan, se divorcian a los seis meses, y ella tiene a su segundo hijo.
Madre soltera, obesa y sin trabajo, refugia su soledad en revistas del corazón, baratas novelitas rosa y películas románticas. Por fin, en 1947 y en Pensacola, mientras trabaja en un hospital de niños, publica un anuncio en la sección Corazones Solitarios de un diario… y Raymond Fernández le contesta por telegrama: “Llego a Pensacola antes Navidad”.
Pero al verla, Raymond se enfurece: Martha es muy fea y muy gorda. Impresentable. Pero… ¿tal vez rica? Por las dudas la acompaña a su casa, y ella le sirve una espléndida cena. No mucho después, ella le jura que está loca de amor por él… con el lenguaje de las novelitas rosa que lee sin cesar. Pero Raymond descubre que, además de gorda y fea, es pobre. Y escapa.
Ella no se rinde. Le escribe continuas cartas de amor. En enero de 1948 sufre un terrible golpe: Raymond, por carta, le dice que no siente pasión por ella, sólo respeto. Y que no debían verse nunca más. Desesperada, Martha deja a sus hijos con una vecina, prende el horno, y mete la cabeza. Pero el olor a gas alerta a la vecina. Suicidio fracasado.
Pero Raymond se entera, le escribe una carta muy afectuosa, y la invita a Nueva York.
Martha va en el primer tren y vive el gran sueño: una pasión desenfrenada. Pero al volver a Pensacola se entera de que está despedida de su trabajo en el hospital de niños. Comunidad pequeña, chisme rápido… Martha con un tipo que… Etcétera. Trabajo aquí, nunca más…
El 18 de enero de 1948, Raymond oye el timbre, abre la puerta, y se encuentra cara a cara con Martha… ¡y sus hijos! Rechazo brutal: Martha sí, los chicos no. Ella, humillada pero dispuesta a todo, los deja en la casa de su madre, en Florida. No los volvió a ver ni a mostrar ningún interés por ellos.
Cuando se quedan solos, él se quita la máscara:
–No puedo casarme con vos. Me gano la vida seduciendo a mujeres solitarias.
Pero Martha no retrocede: decide ser parte del plan…
Raymond vive dominado por una furia sexual desorbitada –confesaría ante el jurado que sedujo a más de cien mujeres–, y descubre en la ninfómana Martha la socia perfecta para sus planes. Según aprendió en sus clases de vudú, cree que necesita apenas algo de una mujer, un mechón de pelo, una prenda, una carta, para rendirla a sus pies.
Ya ambos en Nueva York, consigue una lista de direcciones en uno de los rincones de corazones solitarios: el Mother Dinene´s Friendly Club, y la pareja se pone en marcha.
Él escribe decenas de cartas al mismo tiempo, casi todas le responden, muchas se enamoran a primera vista, y varias aceptan ir a la cama con el galán en el primer encuentro… Y a las que fallan vuelve a escribirles, rociando el papel con unos supuestos polvos mágicos que compra en un boliche atendido por jamaiquinos.
Llega así a mantener relaciones, al mismo tiempo, con varias. Una gimnasia que empieza a producirle rédito. Algunas de ellas, matronas ricas compadecidas porque Raymond les dice que no tiene trabajo, le ofrecen dinero. El plan es un éxito. Él y Martha festejan…
LA PRIMERA MUERTE
Primavera de 1947. Raymond conoce a una cocinera llamada Jane Lucilla Wilson Thompson, que vive con su madre en un departamento y acepta huéspedes.
Uno de ellos…el gran seductor. En octubre, fingiendo ser marido y mujer, se van de vacaciones a España. Y él, perverso al fin, lleva a Jane hasta la casa de Encarnación, su primera mujer, que vive con sus cuatro hijos en una mísera pensión.
Al principio, las dos mujeres se toleran, pero Jane se harta de la situación, y en la noche del 7 de noviembre explota: no quiere compartir a Raymond con Encarnación, y lo amenaza con volver sola a Estados Unidos. Pero a la mañana siguiente… aparece muerta en su cuarto del hotel Sevilla.
Diagnóstico: ataque al corazón derivado de una gastroenteritis. Nada sospechoso. Él vuelve a Nueva York el 29 de noviembre.
Pero al nacer 1948, una inglesa de apellido White denuncia en el consulado norteamericano que Jane fue asesinada. ¿Por qué? Las dos mujeres se conocieron en el viaje a España y siguieron su amistad por carta. A la señora White le pareció extraño que el supuesto marido de Jane fuera mucho más joven que ella, y que le prohibiera hablar con otros pasajeros…
Tanto insiste, que la policía, al investigar, descubre que Raymond compró un frasco de digitalina en la farmacia del hotel… dos días antes de la muerte de su falsa esposa. Una droga que en alta dosis causa un ataque al corazón. Pero el cadáver estaba muy descompuesto, y fue imposible la autopsia.
En diciembre de 1947, Raymond vuelve al departamento de Jane, se presenta ante la madre, Pearl Wilson, y le muestra un documento que lo convierte en único heredero de la casa.Pearl no duda. Pero una pericia habría demostrado la falsificación.
LA SEGUNDA MUERTE
En adelante, Raymond y Martha se hacen pasar por hermanos o cuñados. Y aparece una futura víctima ideal: Esther Henne, viuda, jubilada, profesora de un colegio de Pennsylvania.
Corto noviazgo y propuesta de matrimonio. Martha enloquece de celos. Raymond acepta llevarla y la presenta como su cuñada. Los tres viajan en el auto de Esther hasta Fairfax, Virginia. El 28 de febrero de 1948, la boda.
Raymond empieza las maniobras para robar la casa y el dinero de la mujer. Pero se estrella contra una dama astuta y desconfiada. Se niega a cederle sus pólizas de seguro y su pensión de profesora. Discuten a gritos. Fin del matrimonio. Más tarde, por vía legal, ella recupera su auto y 300 dólares.
Se necesita una nueva víctima. Y aparece. Es Myrtle Young, de Greene Forrest, Arkansas. Raymond le presenta a Martha como su cuñada. Se casan por civil en Cook, Illinois, el 14 de agosto de 1948. Luna de miel en una barata pensión de Chicago. Pero la novia se impacienta: Raymond, esa incesante máquina sexual, no puede consumar el acto. Ella y Martha discuten violentamente. La novia pone condiciones:
–Si ella no se va, me voy yo.
Agria pelea entre los tres. La novia se toma un frasco de barbitúricos. Pero la feroz pareja ya le había robado cuatro mil dólares…
La dejan, moribunda, en un autobús rumbo a Arkansas. En el viaje sufre un ataque, y poco después muere de hemorragia cerebral.
LA TERCERA MUERTE
Triste navidad 1948 para Raymond y Martha: el dinero robado a Myrtle se acaba.
Pero aparece otra presa: Janet Fay, viuda, 66 años, vecina de Albany, Nueva York. Mujer muy devota. Cuando alguien que dice llamarse Charles Martin le escribe “comparto sus creencias religiosas”, espera ansiosa la visita de su nuevo amigo. Que llega el 31 de diciembre de 1948… y presenta a Martha como su hermana antes de poner en marcha la estafa:
–Ayer perdí mi billetera. ¿Podemos quedarnos en su casa hasta que nos llegue más dinero?
Fay acepta… y acepta también la propuesta de matrimonio, y retira dos mil quinientos dólares de su cuenta corriente.
El trío se instala en un departamento de Long Island alquilado por Raymond… y la novia le endosa dos cheques por un total de tres mil quinientos dólares.
Pero esa noche la asalta una duda. ¿No va todo demasiado rápido?
Ella y Martha duermen en la misma cama. La viuda la bombardea a preguntas sobre su prometido. Martha apenas contesta, y la otra estalla:
–¡Aunque seas la hermana, no permito que vivas con nosotros cuando estemos casados!
Salta de la cama, despierta a Raymond (Charles Martin), le cuenta la pelea… pero no termina el relato: Martha le pega un martillazo en la sien. La mujer muere unos minutos más tarde.
Raymond entra en pánico. Pero sigue adelante. Limpian la sangre en el suelo y cubren la cabeza de la muerta con una toalla.
Al otro día, cuatro de enero, compran un enorme baúl, meten el cadáver, y una semana después lo tapan bajo una capa de cemento en el sótano de una casa que alquilan en Queens.
LA CUARTA MUERTE
La pareja asesina no se detiene. El mismo día de la muerte de la viuda Fay, Raymond recibe una carta de otro corazón solitario: Delphine Downing, también viuda, 41 años, vecina de Grand Rapids, Michigan, donde vive con Rainelle, su hija de dos años.
La trampa se repite. Martha es otra vez la cuñada. Viajan hasta allá. Raymond no tarda en dormir con la viuda, mientras “la cuñada” enloquece de celos.
El domingo 27 de febrero de 1949, Martha le da a la mujer unas pastillas que provocan aborto, por las dudas… Pero son somníferos. Cuando se duerme, Raymond le envuelve la cabeza con una sábana, y la mata de un balazo con el revólver del marido.
Se arrepiente. Sufre un colapso nervioso. Tiembla. Llora. Pero Martha, experta en amortajar cadáveres, asume el desastre: la víctima queda en el sótano. El cemento la oculta: método infalible.
Pero queda otro problema: la pequeña Rainelle, la hija. Que les rehúye y se niega a comer. Piensan en un orfanato, pero es peligroso: puede contar.
Raymond ordena matarla. Martha la lleva al sótano, la ahoga en una tina de lavar la ropa… y él la ayuda a enterrarla junto a su madre.
Los asesinos ya son más que eso: son monstruos…
Pero algo sospechan los vecinos. Raymond y Martha charlan con ellos, y se van al cine.
Cuando vuelven y están a punto de dormir, alguien golpea la puerta.
Son dos oficiales de policía.
La espantosa historia ha terminado.
Confesión, juicio y condena. En Michigan no hay pena de muerte. Pero sí en el estado de Nueva York, donde mataron a Janet Fay.
Todos los ardides de los abogados defensores se derrumbaron. Ninguno de los dos bestiales asesinos estaba loco.
El 17 de junio de 1949, tras un juicio de 44 días, fueron declarados culpables de tres asesinatos y sentenciados a morir en la silla eléctrica.
No fue posible encontrar más pruebas, pero los investigadores sospechan que por lo menos diecisiete mujeres fueron asesinadas por la pareja.
Una hora después de la medianoche del 8 de marzo de 1951, la cárcel de Sing Sing estaba totalmente iluminada: el apagón ya era historia.
La silla eléctrica estaba vacía.
Los que debían morir estaban muertos.
El olvido se encargaría de lo demás.
Pero algo impide que el telón caiga del todo: la muerte de Rainelle, la beba de dos años.
Lo que pudo ser si su vida no hubiera sido arrancada.
Lo único que ningún castigo humano puede reparar.
Ni siquiera los rayos eléctricos que se llevaron a los dos monstruos.
Por Alfredo Serra
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