miércoles, 24 de enero de 2018

SERES HUMANOS Y TODO LO DEMÁS


Es un lugar común alegar que la cultura nos eleva por encima del resto del mundo animal. Basta con detenerse en los avances científicos y tecnológicos, en las sublimes catedrales conceptuales de la matemática, en las obras imperecederas de poetas, artistas y músicos para suponer que somos algo "especial". Pero a veces hojear los diarios, mirar las noticias en TV o escuchar ciertos audios en Twitter lleva a descreer de la "humanidad" del ser humano y nos recuerda la imperecedera actualidad de las tesis del gran primatólogo holandés Frans De Waal.


En su ya clásico El mono que llevamos dentro (Tusquets, 2005)
él sostiene que aunque somos una especie distinta, conservamos genes y comportamientos de nuestros primos cercanos: los monos. "Se puede sacar al mono de la jungla, pero no a la jungla del mono -escribe-. Esto también se aplica a nosotros, grandes monos bípedos".


Y para respaldar su punto de vista argumenta que si nos detenemos a observar con atención a nuestro alrededor, veremos que muchas de las escenas a las que estamos habituados emulan el comportamiento de estos primates: grandes personajes que se golpean el pecho y hacen ostentación de poder, estrellas del deporte y del espectáculo que hacen gala de su frondosa vida sexual, y luchas encarnizadas para triunfar sobre los demás. Parecería que nuestro sello biológico es sumar poder sobre la base de sojuzgar a otros. Parafraseando al escritor y periodista científico Steve Silverman, autor de Neuro Tribes (Penguin Random House, 2015): nuestros hijos crecen viendo a celebridades que mienten constantemente, son crueles con las mujeres, se ufanan de engañar a la esposa y no se sienten conmovidas por la suerte de los que están en inferioridad de condiciones.
En lo que disiente De Waal de sus predecesores es en que en nuestro interior todo sea violencia. Así como compartimos con los chimpancés impulsos agresivos, también valoramos el compañerismo y manifestamos empatía desde que nacemos. "De los millones de páginas escritas a lo largo de los siglos sobre la naturaleza humana, nada es tan desolador, ni tan erróneo, como lo publicado en las últimas tres décadas -afirma De Waal-. Se nos dice que nuestros genes son egoístas, que la bondad humana es una impostura y que hacemos gala de moralidad solo para impresionar a los demás. [Pero] somos como una cabeza de Jano, con una cara cruel y otra compasiva mirando en sentidos opuestos".
Nuestra faceta benevolente, según el primatólogo, es la que compartimos con los bonobos, descubiertos en el siglo XX y tan cercanos genéticamente a nosotros como los chimpancés, pero, al contrario de estos, pacíficos, altamente empáticos, extraordinariamente sensibles y tiernos. "Una diferencia fundamental entre nuestros dos parientes primates más cercanos es que uno resuelve los asuntos sexuales mediante el poder, mientras que el otro resuelve las luchas de poder por medio del sexo", comenta el científico.
Así, en nuestra naturaleza se habría consumado un tenso matrimonio entre los instintos violentos del chimpancé y la amabilidad del bonobo. Sin estas claves científicas, muchos otros ya lo habían advertido. Entre ellos, Robert Louis Stevenson, que desarrolló esta idea en su novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, publicada por primera vez en 1886.
"En comparación con el androcéntrico chimpancé, el ginocéntrico, sensual y apacible bonobo ofrece una nueva manera de pensar en la ascendencia humana. Su comportamiento es difícil de conciliar con la imagen popular de nuestros ancestros como cavernícolas barbudos arrastrando a sus mujeres por los pelos", destaca De Waal.
Hay quienes sostienen que somos lo que podemos y no lo que queremos. Otros ambicionan liberarse de este destino biológico y decidir: chimpancé o bonobo. ¿Cuál eligen?

N. B.

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