LA CUEVA DE MONTESINOS
Si nos preguntan qué aventuras recordamos del “caballero de la triste figura”, lo primero que nos viene a la memoria es su enfrentamiento con los molinos de viento a quienes, en su locura, imaginaba como enemigos que debía destruir en su misión purificadora de la humanidad y como ofrenda a su amada Dulcinea.
Sin embargo, son pocos los que conocen y recuerdan el episodio de la Cueva de Montesinos, pese a que sobre esta aventura se han escrito ríos de tinta y cada instante del relato suscitó alegorías con sus respectivas interpretaciones según el particular enfoque de filósofos, psiquiatras y psicoanalistas.
Nos cuenta Cervantes que hallándose Don Quixote en un pueblo de La Mancha, sus habitantes le comentaron sobre una cueva, llamada Montesinos, de la cual se tejían innumerables historias y leyendas, que le conferían un halo de magia y misterio que sonaron como música celestial en los oídos del caballero andante.
Después de invocar a Dios y a Dulcinea, se dirigió a la cueva y comenzó a descender por ella con la ayuda de Sancho.
Poco tiempo después surgió a la superficie ante la alegría de su escudero y quienes lo acompañaban.
––Sea vuestra merced muy bien vuelto, señor mío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.
Pero no respondía palabra don Quijote; y sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y, con todo esto, no despertaba; pero tanto le volvieron y revolvieron, sacudieron y menearon, que al cabo de un buen espacio volvió en sí, desperezándose, bien como si de algún grave y profundo sueño despertara; y mirando a una y otra parte, como espantado, dijo:
—Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado. En efecto, ahora acabo de conocer que todos los contentos desta vida pasan como sombra y sueño o se marchitan como la flor del campo. (…) Me asaltó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginar la más discreta imaginación humana. Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto.
Seguidamente comenzó a divagar y relató que estuvo en un gran palacio y conoció a su dueño con quien platicó largamente. Al terminar su exposición Sancho le dice:
—Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto.
—¿Cuánto ha que bajé? —preguntó don Quijote.
—Poco más de una hora —respondió Sancho.
—Eso no puede ser —replicó don Quijote—, porque allá me anocheció y amaneció y tornó a anochecer y amanecer tres veces, de modo que a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.
El sueño es tan realidad para don Quijote como el contarlo. La sensación de creer estar despierto cuando se está dormido es algo que posiblemente todas las personas hayan experimentado. Un tema sin solución, favorito de los filósofos, nunca sabrá el hombre si duerme o está despierto, y podría ser, como Calderón, Unamuno y tantos otros han sugerido, que vivir es solo soñar. En este relato, Cervantes parece estar sugiriendo que el tiempo es solo una medida que depende de la percepción de quien lo experimenta.
El episodio es un excelente ejemplo de que el tiempo carece de dimensiones en el sueño. El relato de la Cueva de Montesinos ha sido analizado exhaustivamente y está considerado un momento crucial de la novela, ya que se trata de la única aventura que Don Quixote enfrenta en soledad y permite estudiar su estado psicológico. La cueva en sí constituye un símbolo positivo, ya que son fuente de poder de magos, la sabiduría de profetas y la inspiración de poetas. Para Carl Jung la cueva representa el inconsciente.
A 80 metros de profundidad, en las afueras del término municipal de Ossa de Montiel (Albacete), se encuentra uno de los lugares más míticos en la ruta cervantina de Castilla-La Mancha, aquel en el que su personaje Don Quijote sufría el encantamiento más intenso y famoso de la literatura universal. La Cueva de Montesinos se ha ido formando a lo largo de los siglos debido a los procesos de disolución del agua de lluvia en las rocas de la zona, y en su interior discurre un pequeño riachuelo.
Actualmente está flanqueada por grandes bloques de piedra que obstruyen parcialmente la entrada quedando, no obstante, suficiente espacio para adentrarse en el recinto subterráneo, sin necesidad de agacharse. Próxima al "umbral", a la izquierda, está la oquedad "portal" que en otros tiempos llamaban “de los Arrieros”, por guarecerse éstos en circunstancias de inclemencias climatológicas.
A partir de la mitad de la cavidad aparece la zona más amplia conocida como la Gran Sala, de cuyo techo cuelgan multitud de murciélagos. Dentro de la misma se han hallado restos de herramientas, que manifiestan la actividad humana desde tiempos remotos, como cuchillos y puntas de flechas de silex. Pertenecerían a hombres del Neolítico final y de los inicios de la Edad de los Metales.
La cerámica también se halla presente en pequeños fragmentos. También se encontraron objetos metálicos como sellos, sortijas, aretes y monedas pertenecientes al Alto Imperio de Alejandro Severo, siglo I de la era cristiana. Esto nos demuestra que familias romanas, se asentaron hace casi dos mil años, en las proximidades de la caverna.
Por lo tanto la Cueva de Montesinos es una realidad que inspiró a Cervantes la elaboración de este magnífico episodio, que dio abundante alimento a todo tipo de interpretaciones, aunque quizás la más sensata fuera la del simpe y analfabeto Sancho Panza, quien encontró la prueba definitiva e inapelable de que su señor estaba loco de remate.
Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quixote de la Mancha.
Alicia Avilés Pozo. La Cueva de Montesinos, el encantamiento bajo tierra de Don Quijote. Eldiario.es 05/08/2016.
Abraham JT. Symbolism in the Cave of Montesinos. Wisconsin Academy of Sciences Arts & Letters 1992;80:51-56.
R. el M.
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