La vida de Marco Polo, el viajero y mercader que desde los 17 años vivió alucinantes aventuras y abrió la puerta de un mundo desconocido
Era un adolescente –17 años– cuando con su padre y su tío, comerciantes, se aventuró, poniendo proa y rogando buenos vientos, hacia un mundo apenas conocido o sospechado por otros navegantes. A lo largo de 24 años, y en dos etapas, no sólo llegó ante el trono del Kublai Khan, amo y señor de toda Asia. Aprendió su lengua, ganó su confianza y hasta su admiración, y ese mítico emperador lo nombró gobernador y hasta emisario ante el Papa. En la cárcel, preso luego de una batalla entre su Venecia y Génova, le dictó sus memorias a un escritor, compañero de celda. A más de siete siglos de su muerte, sus avatares y su crónica de un mundo entonces demasiado ancho, demasiado ajeno y demasiado misterioso, siguen siendo inmortales. Pero… ¿por qué?
Ya veremos. Por ahora, subamos a su barca…
No falla: en cualquier buen ristorante alla italiana, y en mesa de amigos, uno de ellos, ante el consabido y humeante plato de espaguetis con dignísima salsa, desliza un toque de cultura:
–Pensar que esto se lo debemos a Marco Polo…
Telón.
Fiesta con refulgentes fuegos de artificio que tiñen el cielo, y otro erudito que apunta:
–¡Qué grande los chinos! Inventaron la pólvora, y Marco Polo la trajo a Occidente…
Pues bien: ambos se equivocan. La pasta seca (y la filosofía) nacieron en Grecia unos cuantos miles de años antes de Cristo, y la pólvora se encendió por primera vez en Occidente… en 1262: batalla de Niebla, Huelva, España. Entonces, ¿qué diablos le debemos a Marco Polo? Casi todo lo demás…
Nació en la hoy Croacia cuando era parte de Venecia (15 de septiembre de 1254), y murió en el mismo terruño el 8 de enero de 1324. Dejó una viuda, Danta Badoer, y tres hijas: Fantina, Bellela y Moretta. A sus 41 años, ya de vuelta de su mítica aventura por las más extrañas latitudes, y al comando de una galera veneciana en la feroz batalla naval de Korcula (1298) contra los buques genoveses, cayó prisionero…
En su celda, además de asombrar a sus compañeros de infortunio con sus relatos (palacios opulentos, oro y seda a raudales, desiertos infinitos, animales exóticos jamás vistos por ojos occidentales), cautivó al escritor Rustichello de Pisa hasta tal punto, que éste empezó a volcar esas fantasmales aventuras en un libro. Lo tituló, al principio, Descripción del mundo, y luego Il millione, aludiendo al millón de peripecias corridas por Marco.
Sin él, la gesta del casi increíble véneto hubiera sido condenada a la leyenda oral, con sus inevitables deformaciones y traiciones… En 1271, adolescente y ya navegando rumbo a China con su padre, Niccoló, y su tío, Maffeo, comerciantes de rica bolsa, no lo arredraron las tormentas y ni siquiera los tifones: ya corrían por su sangre y su carne los demonios del riesgo…
Luego de cuatro años de travesía por mar y tierra llegaron (y hasta hoy cuesta creerlo) hasta la corte de Kublai Khan: no sólo el dios humano del vasto imperio mongol; la espada más temida de toda el Asia, mundo gigantesco apenas sospechado, y para muchos, tan lejano e irreal como la Tierra de los Cíclopes o el Mar de las Sirenas… Pero Marco era un iluminado. No tardó en aprender cuatro lenguas y conquistar… al más grande de los conquistadores: el Kublai, hechizado, lo ungió embajador, gobernador de la ciudad de Yang-Techen, y le encargó misiones de altísimo vuelo.Marco Polo partiendo de Venecia hacia una de sus travesías por el lejano Oriente, según una miniatura del siglo XIV impresa en el manuscrito de sus Viajes. (Hulton Archive/Getty Images)
Entre ellas, un contacto con el papa Nicolás IV “para que le enviara sacerdotes cristianos ilustrados, religión que despertó su curiosidad, para que lo instruyeran en su forma de vida”, según se lee en las páginas que le dictó al prisionero Rustichello de Pisa… Pidió cien, pero sólo dos se atrevieron a embarcarse, y renunciaron en la mitad del camino, ¡aterrados!
En sus diecisiete años bajo el imperio del Kublai, más los otros siete de la segunda etapa, Marco Polo cruzó desiertos en travesías agotadoras –más allá de la resistencia humana–, llegó al Monte Ararat –acaso el punto en el que encalló el Arca de Noé según la Biblia–, eludió sangrientas cruzadas con proa al Santo Sepulcro, “y vi fuentes de un líquido negro y espeso (¡petróleo!) que se usaba para curar la sarna de hombres y camellos, y también para encender lámparas” (cita de sus memorias), hizo pie en Catay (China) y en Cipango (Japón)…, y en este punto le cedo la pluma…
“Descubrí aves exóticas, inmensas salinas, feroces puercospines, e infinitas minas de rubíes y de lapislázuli.
Entré en Saba, la ciudad de la que partieron los reyes magos.
Encontré cuerpos humanos perfectamente conservados con sales y ungüentos, y recorrí, en caravana, hasta treinta kilómetros por día entre helados pasos de montaña y desiertos de piedra sin más agua que un líquido verde, amargo y bilioso.
Atacado por los karaunas, asaltantes criminales que conocían las artes mágicas y diabólicas, me salvó una cegadora tempestad de polvo.
Luego, siguiendo la ruta de la seda, llegué a Balj, Afganistán, ciudad de palacios de mármol donde Alejandro Magno se casó con la hija del rey persa Darío, pero sólo quedaban restos calcinados: Gengis Khan, el padre de Kublai, la había arrasado medio siglo antes.
Llegué a alturas a las que ni los pájaros se atrevían y el fuego apenas daba calor. Crucé el desierto de Takla Makan, tan inmenso que es necesario un año para atravesarlo, y con fama de albergar espíritus malignos que arrastran a los viajeros a su destrucción, y también el desierto de Gobi, dominado por los salvajes tártaros, valientes en la batalla hasta la temeridad, y ataviados con paños de seda, oro, y pieles de armiño y cibellina.
Tan bárbaros, que duermen sobre sus caballos, y antes de morir de hambre y de sed comen su carne y beben su sangre abriéndoles una vena…”Marco Polo nació en lo que hoy es Croacia, que por entonces pertenecía a Venecia.
Data abrumadora: antes de entrar en la ciudad de Shangtu y presentarse por segunda vez ante el Kublai (verano de 1275) en su espléndido palacio de piedra y mármol, Marco Polo atravesó… ¡trece mil kilómetros en tres años! Palacio del que narró que “ocupa cuarenta kilómetros cuadrados de parque en los en los que el amo caza ciervos, guepardos y halcones.
Sentado en un enorme parque nos esperaba, a mi padre, a mi tío y a mí, ese coloso: el dueño del mayor imperio conocido, que se extendía desde Hungría hasta la costa de China. Era un hombre de unos sesenta años, fuerte, de altura media, con las mejillas encendidas y ojos negros y bellos, y vestido con una túnica de seda con bordados de oro. Mi padre me presentó como un servidor, y Kublai dijo:
–Que sea bienvenido, y mucho me complace.
Había adquirido el refinamiento chino. En sus banquetes, de hasta mil comensales, se servían no menos de cuarenta platos de carnes y pescados, veinte variedades de verduras, cuarenta clases de frutas y dulces, y enormes cantidades de leche y vino de arroz. Kublai tiene cuatro esposas legítimas, todas con el título de emperatrices, y cada una con su corte de mujeres a su servicio. Pero además… ¡centenares de concubinas! Seleccionadas por su belleza, duermen sin roncar, tienen aliento dulce, y ningún olor desagradable. También lo sirve un cuerpo de diabólicos astrólogos. El Kublai los desprecia por su suciedad, su indecencia y su canibalismo (asan y devoran el cuerpo de los condenados a muerte), pero cree en sus predicciones….”
Hasta aquí, los exotismos del poder que captó Marco Polo. Pero aun faltan las lecciones de política y modernidad que recibió del todopoderoso amo de la tierra…
“El imperio tiene treinta y cuatro provincias gobernadas por doce barones que sólo responden ante el Khan.
Creó un sistema de postas separadas por cuarenta kilómetros, con jinetes avezados y caballos veloces que enlazan las provincias con la capital para que las órdenes del amo sean ejecutadas sin pérdida de tiempo. Alcanzan a recorrer cuatrocientos kilómetros por día, y el sistema permite que el emperador reciba frutas frescas sin más demora que una jornada.
Conocen y tienen el papel moneda, impresos en la ciudad de Kambalik por artesanos que lo fabrican con la membrana que hay entre el tronco y la corteza de los árboles, remojada y machacada en mortero hasta convertirse en pulpa, y luego en papel, cortado en cuadrados de varios tamaños según su valor, y sellados con el símbolo real. La falsificación es penada con la muerte. (Nota: el papel moneda empezó a usarse en Europa… ¡seiscientos años más tarde!)
Como Venecia, Kinsay está edificada sobre canales, y además de su magnificencia, tiene ciento sesenta kilómetros cuadrados, diez enormes plazas, doce mil puentes, altas casas, tiendas donde se venden especias, joyas y perlas, piezas de caza, y no menos de cincuenta mil comerciantes pugnan allí dos o tres veces por semana.
Frente a eso, Venecia me parece una aldea… Eso, sin hablar del Kublai, que en algunos aspectos es un déspota, pero en otros, un hombre benévolo con su pueblo. Si hay hambre o peste en cualquier parte, manda granos y ganado, y si un rayo hunde un buque mercante y se pierde parte de la carga, renuncia a su ganancia.
También hay baños públicos de agua fría para los chinos, que la consideran buena para la salud, y calientes para los extranjeros, que no soportan el frío…”.
En 1295, después de 24 años en ese mundo ancho, ajeno, peligroso, tribal, salvaje, pero también rico y civilizado, Marco, Niccoló y Maffeo entraron en el puerto de Venecia. Habían conocido, padecido y gozado Constantinopla, los mares Negro y Azov, las estepas asiáticas, los desiertos del Asia Central, Pekín, Birmania, Indochina, Malaca, Sumatra, el Golfo de Bengala, Ceilán, la India…
Sus hallazgos fueron más notorios que sus negocios. Marco y su relato al escritor Rustichello fueron cuestionados: sus críticos dudaron (“¿Por qué no mencionó la Gran Muralla, la escritura china y el té?”).
Débiles argumentos: la Gran Muralla estaba en construcción, y la escritura china y el té ya se conocían en Europa a través de navegantes portugueses.
Cristóbal Colón, en cambio, zarpó del Puerto de Palos en 1492… llevando como guía las memorias de Marco Polo, pero erró el camino y se estrelló contra las costas del Nuevo Mundo.
Mientras agonizaba, pobre y sin fama, sus amigos, dudando de sus experiencias y descripciones, le preguntaron si todo era cierto, convencidos de que gran parte de su relato había sido dictado por su imaginación y sus fantasías.
Sus últimas palabras, esas en las que a veces se impone la verdad, fueron tajantes:
–Sólo conté la mitad de lo que vi.Una impresión de una miniatura del siglo XIV que muestra a la familia de Marco Polo abandonando la Piazzetta de Venecia, cuando viajaban rumbo al lejano Oriente. Esta imagen es el principio de “Los viajes de Marco Polo”. (Hulton Archive/Getty Images)
Y cerró sus ojos para siempre, entre las brumas de un emperador poderoso, desiertos infinitos, peligros de muerte, banquetes pantagruélicos, travesías sobrehumanas, y la certeza de que el Destino le había deparado la gloria que sólo alcanzan los valientes, los aventureros, los que creen en el vasto planeta más allá de su aldea o su ciudad.
Los que hacen Historia.
Publicado por Alfredo Serra
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