La decadencia de Nerón Golder, de Salman Rushdie
Una Nueva York que encandila
Son innumerables las tentaciones que, a partir del crecimiento de su aceptación o notoriedad pública, persiguen a un escritor o a cualquier clase de artista. En el caso de alguien como Salman Rushdie (Bombay, 1947), que además de sus méritos literarios se granjeó una suerte de santidad a toda prueba a partir de la sentencia de muerte que le dictara el ayatolá Khomeini a fines de los años ochenta, la impunidad que el éxito y la celebridad le brindarían lo habrá llevado a soñar, no sin razón, con el Premio Nobel. Ese sueño seguramente quedará trunco tras la entronización, el año último, de su coterráneo Kazuo Ishiguro, inglés adoptivo como él. Otro sueño de los grandes todavía sigue en carrera, sin embargo, gracias al derecho que le otorga haber adoptado como residencia la ciudad de Nueva York: se trata, cuándo no, de escribir la Gran Novela Americana, esa entelequia fantasmal y abrasiva con la que tantísimos han tropezado.
Rushdie eligió, para la suerte de alegoría que es La decadencia de Nerón Golden, la historia de una familia -y su misterio-, como lo hicieron en tiempos más o menos recientes con armas no tan distintas autores como el suizo Joël Dicker (El Libro de los Baltimore) o, con más ambición y mejor suerte, el estadounidense T. C. Boyle (El fin del mundo).
La historia de los Golden -un seudónimo estrafalario y atiborrado de simbología- es la de un padre rico y poderoso y sus tres hijos varones que desembarcan en el corazón de Manhattan, pretendiendo no tener pasado y ejerciendo sobre sus vecinos bohemios y biempensantes idénticas cuotas de fascinación e intriga. Desde luego, el pasado que Nerón, Petronio, Apuleyo y Dioniso Golden -seudónimos todos, de Roma a Grecia- intentan enterrar no tarda mucho en salir a la luz, aunque sí su tragedia, lo que les da tiempo de desplegar un notable influjo a su alrededor.
Entre los encandilados por la familia se cuenta René, el narrador, un joven cineasta con una eterna película en ciernes a quien los Golden le caen como una revelación porque le regalan, finalmente, un tema y un drama. No por casualidad es quien primero dilucida parte de las vidas en la lejana Bombay de aquellos que buscaron reencarnarse, aunque con métodos bien terrenales. La novela es, aunque de manera bastante inconstante o desprolija, algo así como el borrador de la película en gateras. Y termina por justificar esa primera persona no solo porque René se apropia de la leyenda oscura de los Golden sino además porque él mismo, que durante un tiempo incluso vive con ellos y es adoptado por Nerón como su protegido, toma un papel determinante en todo el asunto.
Acaso lo más resplandeciente de la novela de Rushdie sea el modo en que interpreta, o mejor, cristaliza eso que la isla de Manhattan tiene de microclima, más precisamente la zona del Greenwich Village y su contorno, esa burbuja en la que René ha transcurrido gran parte de su vida y que no excede por mucho "unas veinte manzanas". Pese a su estrechez, o en buena medida por causa de ello, lo espacial resulta determinante porque produce el doble efecto de liberar y aprisionar a sus habitantes; todo es familiar, y todo es a la vez excesivo, inabarcable, abrumador.
En medio de todo tipo de peripecias -el drama y la grandilocuencia grecorromanos hacen lo suyo-, Rushdie tiene tiempo de que sus protagonistas se hagan un par de preguntas inquietantes, entre ellas la posibilidad de que el bien y el mal puedan convivir con intensidad en un mismo cuerpo. Pero el autor de Hijos de la medianoche, que no ha perdido las mañas ni la astucia, parece en general un mago desencantado: alguien a quien ya no le importa que se le vean los trucos. Lo metatextual y lo metaliterario intervienen, por ejemplo, sin ningún encanto, ni siquiera el de la soberbia.
Con todo, este Rushdie más norteamericano, que prefiere el sarcasmo a la ironía, consigue por momentos entreverarse lúcidamente en un mundo, o un micromundo, que cientos de novelas no logran agotar.
LA DECADENCIA DE NERÓN GOLDEN
Por Salman Rushdie
Seix Barral. Trad.: Javier Calvo
526 págs., $ 429
J. M. B.
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