miércoles, 1 de noviembre de 2017

HISTORIAS DE MUERTE


¿Qué buscaba Truman Capote cuando se acercó a Dick Hickock y Perry Smith para escribir A sangre fría? En todo caso, no salió indemne de la experiencia y no la repitió. Quien sí lo hizo -repetir la experiencia, una y otra vez- fue Rodolfo Palacios. Cronista policial, Palacios es un reincidente del infierno. Entrevistó a Arquímedes Puccio, Yiya de Murano y Rodolfo Barreda y los retrató con cruda sobriedad. Ahora, aupado por el nuevo film de Luis Ortega, se reedita su libro El ángel negro, de 2010, que narra la vida de Carlos Robledo Puch, capturado en 1972 y sentenciado a cadena perpetua por la muerte de once personas. La biografía se basa en las charlas que el periodista mantuvo con Robledo en ocho visitas al penal de Sierra Chica, además de los testimonios de parientes de las víctimas, vecinos de la familia, psiquiatras, y hasta del grupo de "amigos" al que Robledo Puch deseaba fervientemente pertenecer en su adolescencia y que lo humillaba con todo tipo de crueldades por su aspecto "afeminado", su ropa de marca, sus motos caras.


Robledo hizo con Palacios la excepción de recibirlo -odiaba a los periodistas, a los que consideraba responsables de los intentos de suicidio de su madre posteriores a su detención- porque pensó que esas entrevistas lo ayudarían a recuperar la libertad. Negaba su responsabilidad en los crímenes -aunque cuando lo detuvieron confesó su culpa- y creía que Palacios daría a conocer su verdad.
Cada pedido de excarcelación de Robledo Puch fue rechazado con el mismo argumento: sigue siendo una amenaza para la sociedad. Todos los que lo trataron le advirtieron a Palacios que era peligroso, que irradiaba el mal. Aun así, el periodista dice que nunca sintió miedo a solas con Robledo. Sabía que no tenía que hacerlo enojar, y esto implicaba no contradecirlo ni tomarse a broma lo que dijera, aunque sonara delirante.
Pero una vez sí tuvo temor. Estaban en la sala de entrevistas de la cárcel y, después de una larga mateada, no pudo evitar ir al baño. Lo inquietaba dejar solo a Robledo Puch del otro lado de la puerta, y para mantenerlo entretenido le mostró las fotos del libro sobre Perón que le había llevado de regalo (Robledo era un incondicional de Perón; también admiraba a Hitler y disfrutaba las canciones del Indio Solari). 

Comentaban el libro, hasta que se produjo un silencio. Y Palacios oyó pasos que se acercaban. Los nervios le jugaban una mala pasada y el periodista se demoraba más de lo normal. "¿Estás bien?", sintió a Robledo ya pegado a la puerta. Sí, todo estaba y terminó bien. El resquemor de Palacios era simbólico: la disposición del baño lo obligaba a darle la espalda a Robledo Puch, y los asesinatos por los que lo habían condenado fueron cometidos desde atrás o mientras las víctimas dormían. De hecho, antes de que lo negara todo, Robledo le habría pedido al juez: "Doctor, hágalo constar: siempre maté por la espalda".

En la historia que narra Palacios aparecen situaciones y personajes rocambolescos. El artista plástico Federico Klemm declaró por haber conocido a uno de los cómplices de Robledo; el director del Servicio Penitenciario Roberto Pettinato lo comparó con el Petiso Orejudo y el neurocirujano Raúl Matera propuso hacerle una lobotomía.
En el epílogo de la nueva edición, el autor cuenta que a Robledo no le gustó su libro. "Si algún día vuelvo a salir, lo primero que voy a hacer es meterle tres cuetazos en la nuca", habría dicho. Palacios no se toma la amenaza en serio. Tal vez haga bien. Tal vez no.
Hay una frase que ilumina su libro como un rayo. Se le atribuye al psiquiatra alemán Kurt Schneider, médico militar antinazi. Cuando le preguntaron qué es un psicópata respondió: "Son aquellos a quienes en épocas normales nosotros les hacemos peritajes psiquiátricos y en épocas anormales nos gobiernan".

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