Eternas palabras, de Johnny Cash
El Hombre de Negro, poeta secreto
En los años noventa del siglo pasado el productor Rick Rubin tuvo la idea de contactar a Johnny Cash, un ícono de la música estadounidense en baja, para que grabara un disco solitario en su modesto sello. Pronto -gracias al éxito- se sucedieron otros, hasta la muerte del cantautor. A la serie se la conoce hoy como los American Recordings. En ellos Cash (1932-2003), en esencia un artista country, con toques de rockabilly y rock, canta en el living de su casa, aferrado a su guitarra. Las grabaciones no sólo le permitieron repasar parte de su repertorio, sino también fagocitar canciones ajenas: "Personal Jesus" hoy parece más un original suyo que el tecno de Depeche Mode. Los discos fueron un hito. A partir de entonces Cash dejó de ser una gloria americana para ser de todos.
El Hombre de Negro -como se lo conocía por la ropa funeraria que llevaba en sus shows- fue un self-made man musical. La dureza de su vida se refleja en las letras de sus canciones, una insistente narrativa permeada por la vida de los Estados Unidos profundos, el trabajo en el campo, la violencia, el crimen, los desgarros morales, los problemas con las drogas (como refleja la famosa "Cocaine Blues") y, a partir de cierto momento, en busca de redención, las invocaciones a Dios y Jesús. Cash era una suerte de cowboy moderno, pero también un pastor de Biblia en mano.
John Carter Cash -el único hijo que tuvo con June, su segunda esposa, también música- fue el encargado de organizar Eternas palabras, esta antología de poemas póstumos. De la multitud de cartas y escritos que dejó su padre, logró extraer un puzle de manuscritos inéditos que se corresponden con todas las épocas de su vida, desde los años cincuenta hasta 2000. Cash, sostiene el hijo, era un erudito, sobre todo en textos antiguos e historia: Flavio Josefo o La historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon, son algunos de los títulos, anotados y maltratados de tanto uso, que figuraban en su biblioteca.
Algunos ecos de esas lecturas pueden encontrarse en los cuarenta y un poemas que componen el volumen. La edición, bilingüe, no enfrenta el original y su versión, como se estila, sino que propone dos libros consecutivos: uno en castellano, otro en inglés. Uno de los grandes poetas actuales, el irlandés Paul Muldoon, se encarga de acentuar en un segundo prólogo la relación de los textos -y las canciones de Cash- con la tradición de la balada escocesa-irlandesa, con su ritmo y su sentido del humor.
¿Qué hay en los poemas arrancados a los papeles del Hombre de Negro que no haya en sus letras? La lente del artista sigue siendo la misma: figuran hombres de a caballo y perros en un bosque, un muchacho que piensa hacer desmanes con su pistola, la conjura de una adicción. El erotismo ("Oro esparcido por todos lados") adquiere mayor intriga en el tranco largo del poema y Job, vieja fascinación de Cash, recibe un largo sermón que se vuelve pura ironía. Las notas autobiográficas, que surcan casi todo su cancionero, encuentran aquí su máxima tensión en "No hagáis una película sobre mí". El futuro terminaría por hacerle una zancadilla: sólo un par de años después de su muerte, un biopic, Walk the Line, contó la vida de Cash (y de June) de manera excepcional.
Aunque las versiones en castellano resultan dignas y literales, son los originales los que revelan el alcance poético del bardo estadounidense. El inglés puede ser -sobre todo en poesía- una lengua terrosa, llevada por la brisa de sus múltiples vaivenes rítmicos. La dicción de Cash es apretada, por momentos tan bella y elemental que remeda los repiqueteos de un trote o un galope y, en otros, la pausa del vaquero bajo la sombra de un árbol.
La edición de Eternas palabras no es inocente. Aprovecha la aparente resolución que el Premio Nobel a Bob Dylan dio a un viejo dilema. ¿Es poesía? Sin duda, como lo es la de tantos juglares del pasado, aunque el lector que alguna vez disfrutó el registro tardío de Cash -una formidable voz de barítono, pastosa y asmática- se descubra marcándoles el ritmo a estos poemas, como si por algún descuido su autor se hubiera olvidado de ponerles música.
ETERNAS PALABRAS
Por Johnny Cash
Sextopiso. Trad.: A. Catalán. 238 págs., $ 630
P. B. R.
El Hombre de Negro -como se lo conocía por la ropa funeraria que llevaba en sus shows- fue un self-made man musical. La dureza de su vida se refleja en las letras de sus canciones, una insistente narrativa permeada por la vida de los Estados Unidos profundos, el trabajo en el campo, la violencia, el crimen, los desgarros morales, los problemas con las drogas (como refleja la famosa "Cocaine Blues") y, a partir de cierto momento, en busca de redención, las invocaciones a Dios y Jesús. Cash era una suerte de cowboy moderno, pero también un pastor de Biblia en mano.
John Carter Cash -el único hijo que tuvo con June, su segunda esposa, también música- fue el encargado de organizar Eternas palabras, esta antología de poemas póstumos. De la multitud de cartas y escritos que dejó su padre, logró extraer un puzle de manuscritos inéditos que se corresponden con todas las épocas de su vida, desde los años cincuenta hasta 2000. Cash, sostiene el hijo, era un erudito, sobre todo en textos antiguos e historia: Flavio Josefo o La historia de la decadencia y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon, son algunos de los títulos, anotados y maltratados de tanto uso, que figuraban en su biblioteca.
Algunos ecos de esas lecturas pueden encontrarse en los cuarenta y un poemas que componen el volumen. La edición, bilingüe, no enfrenta el original y su versión, como se estila, sino que propone dos libros consecutivos: uno en castellano, otro en inglés. Uno de los grandes poetas actuales, el irlandés Paul Muldoon, se encarga de acentuar en un segundo prólogo la relación de los textos -y las canciones de Cash- con la tradición de la balada escocesa-irlandesa, con su ritmo y su sentido del humor.
¿Qué hay en los poemas arrancados a los papeles del Hombre de Negro que no haya en sus letras? La lente del artista sigue siendo la misma: figuran hombres de a caballo y perros en un bosque, un muchacho que piensa hacer desmanes con su pistola, la conjura de una adicción. El erotismo ("Oro esparcido por todos lados") adquiere mayor intriga en el tranco largo del poema y Job, vieja fascinación de Cash, recibe un largo sermón que se vuelve pura ironía. Las notas autobiográficas, que surcan casi todo su cancionero, encuentran aquí su máxima tensión en "No hagáis una película sobre mí". El futuro terminaría por hacerle una zancadilla: sólo un par de años después de su muerte, un biopic, Walk the Line, contó la vida de Cash (y de June) de manera excepcional.
Aunque las versiones en castellano resultan dignas y literales, son los originales los que revelan el alcance poético del bardo estadounidense. El inglés puede ser -sobre todo en poesía- una lengua terrosa, llevada por la brisa de sus múltiples vaivenes rítmicos. La dicción de Cash es apretada, por momentos tan bella y elemental que remeda los repiqueteos de un trote o un galope y, en otros, la pausa del vaquero bajo la sombra de un árbol.
La edición de Eternas palabras no es inocente. Aprovecha la aparente resolución que el Premio Nobel a Bob Dylan dio a un viejo dilema. ¿Es poesía? Sin duda, como lo es la de tantos juglares del pasado, aunque el lector que alguna vez disfrutó el registro tardío de Cash -una formidable voz de barítono, pastosa y asmática- se descubra marcándoles el ritmo a estos poemas, como si por algún descuido su autor se hubiera olvidado de ponerles música.
ETERNAS PALABRAS
Por Johnny Cash
Sextopiso. Trad.: A. Catalán. 238 págs., $ 630
P. B. R.
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