El idioma de la fragilidad, de Carlos María Domínguez
Una historia camaleónica
La ficción es el terreno en el que la máscara, es decir, el diálogo más o menos distante con lo real, adquiere infinidad de formas. El uruguayo adoptivo -nacido en Buenos Aires en 1955- Carlos María Domínguez propone en su última novela, a propósito de ese desplazamiento, una suerte de mamushka, una narración en capas que en más de un sentido pareciera infinita a partir del tenor camaleónico o esquivo que predomina en todo el texto.
Contador de historias por naturaleza, cultor de la anécdota que va desanudándose y que se resuelve sin estridencias, Domínguez elige en El idioma de la fragilidad un escenario en el que se despliega todo un abanico de ambigüedades. En principio, una primera persona casi fantasmal: Carlos Brauer es alguien que recibe un manuscrito con la historia algo distorsionada del mítico Arturo Despouey (1909-1982), cronista teatral y fundador de la crítica cinematográfica uruguaya, maestro -entre muchos otros- de otra leyenda como Homero Alsina Thevenet y más tarde corresponsal de guerra.
Guy Delatour, seudónimo que apenas disimula el "Juan de Castilla" que Despouey adoptó en Europa, se sube a un barco con destino al Viejo Continente, en plena Segunda Guerra -es septiembre de 1942-, con el objetivo de estudiar literatura en Londres pero, en verdad, con el deseo mucho más profundo de encontrar otro rumbo para su vida. El barco reúne a un contingente de voluntarios, en su mayoría argentinos, y la larga travesía los introduce de lleno, acaso mucho antes de lo pensado, en las tribulaciones de la guerra, en sus conspiraciones, sus identidades cambiadas, todo ello bajo la amenaza constante de los submarinos alemanes cuya invencibilidad llega como un rumor cada vez más inquietante. Eso, sin embargo, no impide a sus huéspedes saborear delicadas pociones alcohólicas o entreverarse con otros cuerpos.
Esa especie de doble travestismo por el que transita la novela a través de una multiplicidad de personajes sospechosos y el enigma que rodea el eje Delatour-Despouey-Brauer es sin duda su aspecto más notable, aun cuando el argumento por momentos se empantana o se diluye en tímidos pasos de comedia.
Con todo, la figura de Delatour, que entre otras particularidades ha luchado contra las limitaciones de su tartamudez hasta hacer de la palabra su principal arma, conserva durante todo el relato un aura que encuentra, en sus devaneos y búsquedas internas, un poderosísimo aliado. Como suele ocurrir, en la intimidad es donde se juegan las cartas fundamentales de la literatura, y en ese doble entramado de revelaciones y oscuridades es donde Carlos María Domínguez obtiene los frutos que mejor le reditúan.
EL IDIOMA DE LA FRAGILIDAD
Por Carlos María Domínguez
Tusquets. 259 págs., $319
J. M. B.
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