Cómo empezar el año sin la presión de lo que ha quedado pendiente
La postergación reiterada de las metas propuestas puede ser indicio de que en verdad no eran deseadas
Miguel Espeche
Llega fin de año y la celebración de siempre se hace presente, con los brindis, los deseos de prosperidad y las comilonas tradicionales. Sin embargo, varios trasfondos no demasiado tenidos en cuenta habitan la festividad. Uno de ellos es la certeza de que ese nuevo año, aún nonato, no viene libre y rozagante, sino que carga sobre sus espaldas varios "karmas" que influyen en él y lo envejecen antes de tiempo.
Una parte de ese karma es, otra vez, la lista de cuestiones pendientes (proyectos, obligaciones, decisiones) que tantas personas traen de arrastre, y que está allí, larga y pesada, acechando como deuda que pasará a engordar la agenda de 2018. Sabemos que la celebración de final del ciclo es usada tradicionalmente como un momento de balance. Allí se ponderan logros y tropiezos en diversas áreas, que van desde lo laboral y económico hasta lo afectivo y espiritual.
Aquello que "faltó hacer", según ese balance, suele influir en el ánimo, generando culpa y pesadumbre, sobre todo cuando se presta más atención al "debe" que a los logros que durante el mismo año se han tenido. Lamentablemente todavía vive y goza de buena salud aquella falsa idea que dice que al señalarse sólo los yerros o faltantes las cosas mejorarán. La realidad demuestra que eso no es verdad .
Hoy en día los consultorios de psicoterapia atienden a un gran número de personas que sufren la sensación de que "nada alcanza" para satisfacer imperativos a veces autoimpuestos. La queja es que siempre falta algo y no se da abasto, por lo que se terminan postergando cuestiones que quedan allí, en el limbo de lo adeudado.
¿Cuál es la causa por la que dejamos para el final la dieta para adelgazar, pintar el living, visitar al dentista, tomar un café con aquel viejo amigo, y tantas cosas que aparentemente son importantes y deseables, que emergen cuando la burbujeante copa se eleva y se mira al horizonte del nuevo año?
Vale explorar la "revolucionaria" posibilidad de que aquello que dejamos para "después" sea, de una u otra forma, algo que realmente no necesitamos tanto como creemos y que gran parte de los temas postergados sean cosas que, lisa y llanamente, no tenemos ganas de hacer, al menos por ahora.
Será interesante explorar la validez de ese "no tener ganas", en vez de pelearse con ello, sintiendo la misma culpa que se sentía antaño cuando lo pecaminoso perseguía a todos con su dedo admonitorio.
La palabra procrastinación es la que signa (negativamente, por cierto) esa tendencia a dejar para mañana (o para el año que viene) lo que "deberíamos" haber hecho lo antes posible. Empezar un curso, casarse, separarse, ser más eficaces en el trabajo, leer más, comer más verduras, enamorarse, empezar yoga, visitar a los tíos, comprarse un perro, viajar... tantas cosas quedan en el tintero sin plasmarse a la hora de evaluar el año que pasó, tantas que abruman.
Sin desconocer lo negativo de ciertas postergaciones de cuestiones importantes (un chequeo médico imprescindible, por ejemplo), digamos que es válido no disparar contra la postergación de las cosas sin antes preguntar: "¿quién vive?". Es importante salir en defensa de algunas postergaciones, sobre todo si entendemos que suelen ser un sinceramiento que sirve para entender el verdadero mapa de lo que somos.
Estamos tan acostumbrados a vivir "teniendo que" hacer las cosas (más que "queriendo" hacerlas) que hasta lo que se dice anhelar sabe a obligación. Mientras el "tengo que" genera agobio, cansancio y sensación de que nos quitan la energía, el "quiero" retroalimenta el tono vital, en clave de entusiasmo.
Para ahondar en este fenómeno ayuda la lectura del imperdible artículo que escribió Sebastián Campanario hace pocas semanas. Con el título Crisis de energía vital, la sociedad del cansancio, el texto alude, con singular lucidez y exhaustividad, al fenómeno masivo de agobio sufrido por un creciente número de personas, que se cifra en el hecho de estar siempre ocupados y presionados, nunca terminando de llegar a la meta, en una vida en la que hasta ser feliz es una exigencia y no serlo es un pecado del que sólo hay un culpable: el "infeliz" del caso.
La innovación permanente, la exigencia de ser "singular", el no quedarse atrás en la competencia, la obligación de maximizar ganancias hasta el infinito, la incomprensible mala prensa que tiene la "zona de confort" (una zona tan grata y útil, por cierto), entre otras cuestiones, son parte del escenario que describe muy bien el artículo y que tanto se ve en la realidad cotidiana.
Estas exigencias calladamente transparentan un sordo "talibanismo" que castiga lo que no sea seguir una agenda destinada a la "eficacia total". Se ve allí una nueva inquisición con buenos modales, que percibe como pecaminosa la siesta, el dejar fluir ciertas cosas con espontaneidad, el gozar lo que se tiene y lo que se es, percibiendo como flojera la ausencia de "hambre" para ganarlo todo y mirando con malos ojos el deseo de simplemente "estar", bendiciendo solamente el "avanzar", "vencer" o "acumular" en las cuestiones de la vida.
Así las cosas, no hay agenda que pueda cumplirse, dado que lo que "falta" para satisfacer tantos requisitos es algo parecido al infinito. En esa pretensión, la dimensión de lo faltante es inconmensurable y, si para sentir satisfacción hay que llegar al infinito, se entiende la angustia.
Cuando se abordan las cosas de esa manera, el hacer humano es como un número que se multiplica por el cero. El resultado de cualquier operación, en ese caso, da cero siempre, lo que explica la vivencia de vacío de tantos que sienten que terminan el año agotados, y que, para colmo, ese esfuerzo no se nota.
Ahora bien, ¿cómo se sale de esa trampa? El balance "findeañero" se acerca y la huella está tan marcada que cuesta dejar de percibir con agobio y exigencia los temas que hemos dejado pendientes para 2018. Sin embargo, hay esperanzas de permitir que el año nuevo sea realmente nuevo y no uno viejo, reciclado.
Una sugerencia en tal sentido es utilizar la situación para un sinceramiento: ¿realmente es deseable eso que quedó para el final de listado de cosas que se habían planificado? Porque una cosa es desear de corazón algo determinado (comprar un auto, meditar, mejorar el vínculo con los hijos, adelgazar) y otra es desear cumplir con un requisito o un imperativo para contentar a "otro" (persona o idealización), lo que nos transforma en chicos que no hicieron la tarea del colegio, pero juran que mañana la harán, besando los dedos en cruz.
El deseo entusiasma y hasta ofrece energías para sufrir algunos avatares en el camino (un maratonista sufre el cansancio, pero le vale porque desea llegar a su meta). En cambio, el sentimiento que surge de lo que quedó pendiente es presión, agobio, culpa... todo, menos entusiasmo genuino.
Será bueno que el nuevo año sea depositario de sueños y deseos, y no de viejas deudas y angustias. La procrastrinación puede no ser tan mala, por cierto, sobre todo cuando la entendemos y no sólo la enjuiciamos, condenándola al lugar de la neurosis, sin preguntarle qué nos quiere decir.
Psicólogo y psicoterapeuta
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