Una derrota de primera magnitud
Por Ignacio Fidanza
La reagrupación del peronismo para aprobar Ganancias, insinúa un punto de quiebre en las relaciones de poder.
La Argentina no defrauda al que le gusta la política. Sólo hay que tener la precaución de ponerse el casco. Con velocidad de vértigo reconfigura liderazgos, ciclos ideológicos, procesos económicos. Acaso haya que irse a Italia para encontrar una pasión tan desbordada. Sin embargo, lo que ocurrió este martes tuvo un aroma a cohabitación a la francesa, ese proceso tan particular en el que conviven un presidente de un signo con un primer ministro de otro.
Salvando las distancias, Massa se erigió este martes como un eje que articuló debates de cuestiones tan propias de un Gobierno como puede ser definir a que sectores se le aumentarán impuestos y que nivel de carga fiscal soportarán los salarios. Negoció con los distintos bloques de diputados, con el líder de la bancada mayoritaria del Senado y con los gobernadores. Eso, es una descripción bastante lineal de lo que se conoce como gobernar. Lo notable es que en esa ecuación estuvo ausente una figura habitual: El Poder Ejecutivo.
Es decir, este martes la Argentina inauguró otra experiencia en su largo recorrido de excentricidades: Un parlamentarismo ad hoc, limitado a las fuerzas de la oposición, construido sobre la marcha, con las urgencias del último minuto que nos caracterizan.
Los diputados se dieron incluso el lujo de mandarle un mensaje a corporaciones como la minería: Lo que arreglen con el Presidente, si no está validado por este cuerpo, se puede revertir. Pregunta: ¿Quién va a invertir en la Argentina con esas condiciones?
Bien mirado lo que ocurrió fue la cristalización de la profecía de Monzó: La pereza o indolencia del Gobierno por ampliar su base política, generó un vacío de poder que Massa aprovechó hasta la última gota.
Bien mirado lo que ocurrió fue la cristalización de lo que anticipó Monzó, la conciencia crítica –no escuchada- del macrismo. La mezquindad o pereza para ampliar la base política del Gobierno, terminó generando un vacío de poder que Massa aprovechó hasta la última gota. La coalición que se formó en torno al dictamen de Ganancias supera por varios cuerpos el tamaño del oficialismo. De esa magnitud es el problema que tiene ahora Macri, por desoír una advertencia sensata: En política conviene desactivar las amenazas, sobre todo antes que existan.
Decir que esto representa un punto de quiebre en la construcción de poder del macrismo, es poner el debate en un nivel que no es el que vive por estas horas el oficialismo, que transita entre el shock y el ninguneo de la derrota.
El Gobierno está ingresando en una dinámica muy peligrosa, advertida hasta el aburrimiento en este espacio: Creer que el relato que construye en los medios afines es la realidad y no una intervención para tratar de incidir sobre la realidad. En los principales diarios se publicó hasta este mismo martes -en base a fuentes oficiales-, que los gobernadores iban a torcer la voluntad de Massa y Bossio, diezmando sus bloques.
Esta fantasía llegó al ridículo de anunciar el apoyo del chubutense Mario das Neves al proyecto de Cambiemos, el mismo día que el gobernador explotaba en los medios de su provincia contra el Gobierno, por sacarle los reembolsos a los puertos patagónicos. Es decir, la pereza llegó al punto de no chequear en Google.
La derrota de este martes tiene proyecciones muy inquietantes. Confirma que los gobernadores peronistas siguen profundizando un giro que iniciaron al voltear la reforma política: El período de gracia del Gobierno terminó. ¿Por qué? Porque la recesión está lastrando su recaudación y porque se cansaron de las promesas del Gobierno de giro de fondos y obra pública, que no se terminan de concretar.
Revela también que como en Terminator, el peronismo parece haber iniciado un proceso de reagrupamiento de sus partes.
Pero nada de esto parece afectar a la Casa Rosada y ese es el primer dato muy negativo del presente. Con la misma indolencia que encaró otras situaciones delicadas -Milagro Sala-, Macri permitió que su ministro del Interior, Rogelio Frigerio, principal interlocutor con los gobernadores, partiera a China en el momento crítico de la negociación. Lo hizo pese a que no tiene dos Frigerios, pero sí muchos burócratas para seguir lidiando con los chinos.
Es evidente que al Gobierno le está faltando conducción política, alguien que marque el pulso del día a día de las inevitables negociaciones, que organice los frentes de batalla y que entienda cuando llegó la hora de bajar el martillo.
El dato duele porque revela un problema de fondo: Al Gobierno le está faltando conducción política. Una jefatura táctica que establezca prioridades y organice los distintos frentes de batalla y negociación, que presione y afloje, y baje el martillo cuando haya que hacerlo.
La Casa Rosada podría haber negociado un proyecto común, Massa y otros sectores esperaron esa señal hasta el lunes a las once de la noche. El Gobierno eligió jugar una guerra de nervios y no tuvo la sensibilidad para percibir el momento justo en que esa amenaza se había convertido en papel mojado y había que acordar.
Pero por detrás de esa actitud anida un debate mas denso: Gabriela Michetti se tomó una hora y media en el retiro de Chapadmalal para detallar la experiencia política de la Concertación chilena. No fue un capricho de politóloga. El metamensaje fue claro y transita la senda de Monzó y la destratada propuesta de Pichetto: Macri debería convocar a la oposición peronista a integrar un gobierno de coalición y sellar un pacto de gobernabilidad.
No es un secreto que esa propuesta se choca con el rechazo de Macri, Marcos Peña y Durán Barba. Que es el núcleo de pensamiento que hoy gobierna. Por eso, frente al fracaso, el recurso de doblar la apuesta e iniciar una campaña contra el peronismo, apostando a profundizar la grieta y fidelizar el voto propio.
El recurso fácil de convertir todo fracaso político en un intento de golpe o apelar a la memoria histórica de un peronismo que “no deja gobernar”, implica no sólo transitar una senda gastada, sino además hacer propio un discurso de la derrota –presente y futura-, hasta ahora más asociado al radicalismo.
Mismo reflejo que se observa ante los reclamos internacionales por Milagro Sala. Un gobierno que lejos de abrirse se cierra en una apuesta a conservar el apoyo de su núcleo más fiel, que es el antiperonista. Un programa de minoría.
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